Recuperar el Primer Amor: ¡Recuerda y Camina!

Para tener esperanza hay que alimentar la memoria. ¡Recuerda y camina!

 

En su homilía, el Papa Francisco dijo que la Pascua del Señor nos impulsa a ir hacia adelante, a superar el sentimiento de derrota, a quitar la piedra de los sepulcros en los que a menudo encerramos la esperanza, a mirar el futuro con confianza, porque Cristo resucitó y cambió el rumbo de la historia. “Si recuperas el primer amor, el asombro y la alegría del encuentro con Dios, irás hacia adelante. Recuerda y camina”, dijo.

Patricia Ynestroza-Ciudad del Vaticano. (V.N. 080423).

 

El Papa Francisco recordó en su homilía en la Vigilia de este sábado Santo, que la Pascua del Señor nos lleva a nuestro pasado de gracia, nos hace volver a Galilea, allí donde comenzó nuestra historia de amor con Jesús. Es decir, nos pide que revivamos ese momento, esa situación, esa experiencia en la que encontramos al Señor, sentimos su amor y recibimos una mirada nueva y luminosa sobre nosotros mismos, sobre la realidad, sobre el misterio de la vida.

 

Para resurgir, para recomenzar, para retomar el camino, necesitamos volver siempre a Galilea; no al encuentro de un Jesús abstracto, ideal, sino a la memoria viva, concreta y palpitante del primer encuentro con Él. Sí, hermanos y hermanas, para caminar debemos recordar, para tener esperanza debemos alimentar la memoria. Esta es la invitación: ¡recuerda y camina! Si recuperas el primer amor, el asombro y la alegría del encuentro con Dios, irás hacia adelante. Recuerda y camina.

 

“Recuerda tu Galilea y camina hacia tu Galilea. Es el “lugar” en el que conociste a Jesús en persona; donde Él para ti dejó de ser un personaje histórico como otros y se convirtió en la persona más importante de tu vida”.

 

Hacer memoria de nuestra Galilea, de nuestra llamada

No es un Dios lejano, sino el Dios cercano, dijo, que te conoce mejor que nadie y te ama más que nadie. Y nos invita a hacer memoria de Galilea, de nuestra Galilea; de nuestra llamada, de esa Palabra de Dios, afirmó el Papa, que en un preciso momento te habló justamente a ti; de esa experiencia fuerte en el Espíritu; de la alegría inmensa que sentiste al recibir el perdón sacramental en aquella confesión; de ese momento intenso e inolvidable de oración; de esa luz que se encendió dentro de ti y transformó tu vida; de ese encuentro, de esa peregrinación.

 

“Cada uno de nosotros conoce dónde tuvo lugar su resurrección interior, ese momento inicial, fundante, que lo cambió todo. No podemos dejarlo en el pasado, el Resucitado nos invita a volver allí para celebrar la Pascua”.

 

Recuerda tu Galilea, haz memoria de ella, reavívala hoy. Vuelve a ese primer encuentro, aseveró Francisco, pregúntate cómo y cuándo sucedió; reconstruye el contexto, el tiempo y el lugar; vuelve a experimentar las emociones y las sensaciones; revive los colores y los sabores. “Porque cuando has olvidado ese primer amor, cuando has pasado por alto ese primer encuentro, ha comenzado a depositarse el polvo en tu corazón. Y experimentaste la tristeza y, como les ocurrió a los discípulos, todo parecía sin perspectiva, como si una piedra sellara la esperanza. Pero hoy la fuerza de la Pascua nos invita a quitar las lápidas de la desilusión y la desconfianza”.

 

Recuerda y camina: regresar a Él

El Señor, experto en remover las piedras sepulcrales del pecado y del miedo, dijo el Papa, quiere iluminar nuestra memoria santa, nuestro recuerdo más hermoso, hacer actual el primer encuentro con Él. Recuerda y camina, afirmó,  regresa a Él, recupera la gracia de la resurrección de Dios en ti.  “Sigamos a Jesús en Galilea; encontrémoslo y adorémoslo allí donde Él nos espera. Revivamos la belleza del momento en que, después de haberlo descubierto vivo, lo proclamamos Señor de nuestra vida”. Volvamos a Galilea, manifestó, que cada uno vuelva a su propia Galilea, la del primer encuentro, ¡y resurjamos a una vida nueva!

 

Las mujeres visitaron el sepulcro

Las mujeres, dice el Evangelio, «fueron a visitar el sepulcro» (Mt 28,1). Piensan que Jesús se encuentra en el lugar de la muerte y que todo terminó para siempre. A veces, dijo Francisco, también nosotros pensamos que la alegría del encuentro con Jesús pertenece al pasado, mientras que en el presente vemos sobre todo tumbas selladas: las de nuestras desilusiones, nuestras amarguras y nuestra desconfianza; las del “no hay nada más que hacer”, “las cosas no cambiarán nunca”, “mejor vivir al día” porque “no hay certeza del mañana”.

 

También nosotros, cuando hemos sido atenazados por el dolor, oprimidos por la tristeza, humillados por el pecado; cuando hemos sentido la amargura de algún fracaso o el agobio por alguna preocupación, hemos experimentado el sabor acerbo del cansancio y hemos visto apagarse la alegría en el corazón, afirmó. A veces simplemente hemos experimentado la fatiga de llevar adelante la cotidianidad, cansados de exponernos en primera persona frente a la indiferencia de un mundo donde parece que siempre prevalecen las leyes del más astuto y del más fuerte.

 

Impotentes ante el poder del mal

Otras veces, señaló, nos hemos sentido impotentes y desalentados ante el poder del mal, ante los conflictos que dañan las relaciones, ante las lógicas del cálculo y de la indiferencia que parecen gobernar la sociedad, ante el cáncer de la corrupción, ante la propagación de la injusticia, ante los vientos gélidos de la guerra. E incluso, quizá nos hayamos encontrado cara a cara con la muerte, porque nos ha quitado la dulce presencia de nuestros seres queridos o porque nos ha rozado en la enfermedad o en las desgracias, y fácilmente quedamos atrapados por la desilusión y se seca en nosotros la fuente de la esperanza. De ese modo, por estas u otras situaciones, nuestros caminos se detienen frente a las tumbas y permanecemos inmóviles llorando y lamentándonos, solos e impotentes, repitiéndonos nuestros “por qué”.

 

“En cambio, las mujeres en Pascua no se quedaron paralizadas frente a una tumba, sino que —dice el Evangelio— «atemorizadas pero llenas de alegría, se alejaron rápidamente del sepulcro y corrieron a dar la noticia a los discípulos» (v. 8). Llevan la noticia que cambiará para siempre la vida y la historia: ¡Cristo ha resucitado! (cf. v. 6). Y, al mismo tiempo, custodian y transmiten la recomendación del Señor, su invitación a los discípulos: que vayan a Galilea, porque allí lo verán (cf. v. 7)”.

 

Pero, ¿qué significa ir a Galilea? Dos cosas: por una parte, salir del encierro del cenáculo para ir a la región habitada por las gentes (cf. Mt 4,15), salir de lo escondido para abrirse a la misión, escapar del miedo para caminar hacia el futuro. Por otra parte, afirmó Francisco significa volver a los orígenes, porque precisamente en Galilea había comenzado todo. Allí el Señor encontró y llamó por primera vez a los discípulos. Por tanto, ir a Galilea significa volver a la gracia originaria; significa recuperar la memoria que regenera la esperanza, la “memoria del futuro” con la que hemos sido marcados por el Resucitado.

 

NOTA RELACIONADA.

La Hora de la Madre: en el dolor de María la esperanza de la Iglesia

La celebración mariana, que tradicionalmente tiene lugar la mañana del Sábado Santo -en Roma sobre todo en la Basílica de Santa María La Mayor- se inspira en el rito bizantino y pretende revivir, con salmos, lecturas e himnos, el dolor y la gran fe de la Virgen María mientras espera la Resurrección de Jesús.

Tiziana Campisi – Ciudad del Vaticano. (V.N., 080423).

 

Una liturgia que se repite desde hace más de 34 años: es la que el Sábado Santo, en la Basílica romana de Santa María La Mayor, se dedica a María y que propone y revive su dolor y su gran fe mientras espera la Resurrección de Jesús. Es la “Hora de la Madre”, que recuerda ese espacio de tiempo vivido con esperanza por la Virgen, la primera entre todos los discípulos, tras la crucifixión de Cristo.

 

La celebración, presidida este sábado, 8 de abril, por el cardenal Stanislaw Rylko, Arcipreste de la Basílica de Santa María La Mayor, y enriquecida por los cantos del coro “Jubilate deo”, dirigido por sor Dolores Aguirre, se inspira en la liturgia bizantina que, ante el icono de la sepultura de Jesús, recuerda los lamentos de María por su Hijo asesinado y su anhelo de verlo volver vivo de entre los muertos, y está pensada para dar el debido relieve a la presencia de la Virgen en el misterio pascual, según la doctrina de la Iglesia.

 

El significado de la Hora de la Madre

Si el Viernes Santo es la “Hora” de Jesús, que amó a los hombres hasta la abnegación en el altar de la Cruz, el Sábado Santo es la “Hora de la Madre”, culminación del largo y arduo camino de fe de María, que al pie del Crucifijo se asoció al sacrificio de su Hijo, acogiendo como hijos a todos los hombres redimidos por Cristo. El testimonio de la Virgen surgió ya cuando los discípulos, en la tarde del Viernes Santo, depositaron a Jesús en el sepulcro: su fe no decayó, como tampoco su unión indisoluble con su Hijo. En Ella, en esa Hora está la fe de toda la Iglesia, como explicó Juan Pablo II en la Audiencia General del 3 de abril de 1996: “El Sábado Santo la Iglesia, una vez más, se identifica con María: toda su fe se reúne en Ella, la primera creyente. En la oscuridad que envuelve la creación, sólo Ella permanece para mantener viva la llama de la fe, preparándose para acoger el anuncio gozoso y sorprendente de la resurrección”.

 

La celebración de este 8 de abril

La “Hora de la Madre” se celebra en distintas partes del mundo. Los católicos de rito latino, inspirados en el rito bizantino, entrelazan salmos y lecturas con una selección de “tropari” (breves estrofas poéticas cantadas). Un esquema litúrgico ampliamente adoptado es el elaborado en 2006 por el mariólogo Ermanno Toniolo, que se divide en cuatro momentos rituales una parte introductoria, que prepara a la asamblea a revivir, en comunión con María, la espera de la resurrección; un primer momento de escucha de la Palabra, memorial de la fidelidad del Hijo y de la Madre hasta el sacrificio supremo; un segundo momento de escucha de la Palabra, proyectado a la espera de la Pascua cercana, con los sentimientos de la Madre que la vivió anticipadamente; por último, los ritos conclusivos, que conducen con María al encuentro con Cristo resucitado. “En este ‘gran sábado’, la fe de toda la Iglesia, la esperanza de toda criatura está en el corazón de la Madre”, reza la introducción que el guía lee a los fieles al comienzo de la celebración mariana, “es ella ‘Iglesia’ que cree contra toda evidencia, que espera contra toda esperanza”.