Así recordó el Papa Francisco al vidente de la Virgen de Guadalupe en carta a sacerdotes.
Redacción ACI Prensa, 040719.
El Papa Francisco recordó a San Juan Diego y su encuentro con la Virgen de Guadalupe en su carta a los sacerdotes de todo el mundo, publicada este 4 de agosto, en que se cumplen 160 años de la muerte de San Juan María Vianney, el santo Cura de Ars.
En la parte final de su misiva, el Santo Padre confesó que “cada vez que voy a un Santuario Mariano, me gusta ‘ganar tiempo’ mirando y dejándome mirar por la Madre, pidiendo la confianza del niño, del pobre y del sencillo que sabe que ahí está su Madre y es capaz de mendigar un lugar en su regazo”.
“Y en ese estar mirándola, escuchar una vez más como el indio Juan Diego: ‘¿Qué hay hijo mío el más pequeño?, ¿qué entristece tu corazón? ¿Acaso no estoy yo aquí, yo que tengo el honor de ser tu madre?’”, dijo el Papa Francisco, recordando las palabras que le dirigió Santa María de Guadalupe al vidente en su aparición del 12 de diciembre de 1531.
La Virgen de Guadalupe se le apareció repetidamente a San Juan Diego entre el 9 y el 12 de diciembre de 1531, encomendándole que, en su nombre, le pida al entonces Obispo de México, Fray Juan de Zumárraga, que se construya un templo en la zona.
Fray Juan de Zumárraga le pidió a San Juan Diego una señal para probar que en verdad era la Virgen quien pedía esto. El 12 de diciembre, Santa María de Guadalupe le pidió al indígena que cortara unas flores que aparecieron milagrosamente en el árido cerro del Tepeyac, al norte de Ciudad de México, y las colocara en su tilma.
Al desplegar su tilma ante el Obispo para mostrar las flores, ambos vieron que había aparecido ahí en la tela la imagen de la Virgen de Guadalupe.
En su carta, el Papa Francisco también recordó a los sacerdotes que “mirar a María es volver ‘a creer en lo revolucionario de la ternura y del cariño. En ella vemos que la humildad y la ternura no son virtudes de los débiles sino de los fuertes, que no necesitan maltratar a otros para sentirse importantes’”.
“Si alguna vez, la mirada comienza a endurecerse, o sentimos que la fuerza seductora de la apatía o la desolación quiere arraigar y apoderarse del corazón; si el gusto por sentirnos parte viva e integrante del Pueblo de Dios comienza a incomodar y nos percibimos empujados hacia una actitud elitista… no tengamos miedo de contemplar a María y entonar su canto de alabanza”, les dijo.