El primer fundamento del trabajo es el Ser Humano
La Iglesia siempre ha estado especialmente cerca de los que trabajan para ganarse el pan, para mantenerse a sí mismos y a sus familias, y para mejorar la sociedad en su conjunto. En particular, con la encíclica Rerum Novarum de León XIII, se oficializó la atención a las condiciones de los trabajadores, atención que se irá estructurando progresivamente en las décadas siguientes y hasta nuestros días.
Laura De Luca – Ciudad del Vaticano. V.N. 010521).
A pesar de la preocupación amorosa y maternal de la Iglesia por todas las categorías de trabajadores, durante varias décadas, en la primera mitad del siglo pasado, la ideología marxista, extendida en los países del socialismo real, perpetuó un grave prejuicio. El Papa Pío XII destacó lúcidamente este prejuicio en su encuentro con las ACLI en la Plaza de San Pedro el 1 de mayo de 1955.
La palabra de Pío XII
¡Cuántas veces hemos afirmado y explicado el amor de la Iglesia hacia los trabajadores! Y, sin embargo, se difunde la atroz calumnia de que “la Iglesia es aliada del capitalismo contra los trabajadores”. La Iglesia, madre y maestra de todos, es siempre particularmente solícita con sus hijos que se encuentran en condiciones más difíciles, y de hecho ha contribuido también válidamente al honesto progreso ya alcanzado por diversas categorías de trabajadores. Nosotros mismos dijimos en nuestro mensaje de Navidad de 1942:
“Movida siempre por motivos religiosos, la Iglesia condenó los diversos sistemas del socialismo marxista, y los condena aún hoy, pues es su deber y derecho permanente preservar a los hombres de las corrientes e influencias que ponen en peligro su salvación eterna. Pero la Iglesia no puede ignorar ni dejar de ver que el trabajador, en su esfuerzo por mejorar su condición, tropieza con algún dispositivo que, lejos de ser conforme a la naturaleza, está en contraste con el orden de Dios y el propósito que Él ha asignado a los bienes terrenales.
Por muy falsos, condenables y peligrosos que hayan sido y sean los caminos que se han seguido, ¿quién, y sobre todo qué sacerdote o cristiano, podría ser sordo al grito que surge de las profundidades, y que en un torrente de un Dios justo invoca la justicia y el espíritu de fraternidad?”
En este espíritu de justicia y fraternidad, el Papa Juan XXIII constata, cinco años después, el contraste que algunos quisieran alimentar entre las condiciones concretas de los trabajadores y el destino espiritual que corresponde a todo hombre. Mensaje radiofónico en la fiesta de San José, 1 de mayo de 1960. Si se interpretan mal, las ideologías de inspiración marxista acaban negando al trabajador la natural inspiración humana de trascendencia:
La palabra de Juan XXIII
Desgraciadamente, ideologías erróneas, que exaltan la libertad desenfrenada, por un lado, y la supresión de la personalidad, por otro, han tratado de desanimar al trabajador de su grandeza, reduciéndolo a un instrumento de lucha o abandonándolo a sí mismo; han tratado de sembrar la lucha y la discordia, enfrentando las diversas categorías de la vida social : Incluso se ha intentado desligar a las masas trabajadoras de ese Dios que es el único protector y vindicador de los humildes y del que tenemos vida, movimiento y existencia, como si la condición de trabajadores debiera eximirlos del deber de conocerlo, honrarlo y servirlo.
Sin embargo, no hay contraste entre el destino del trabajador y las aspiraciones espirituales, y el Papa Juan reitera el afecto de la Iglesia por los trabajadores:
Los trabajadores saben que la Iglesia los sigue maternalmente con un afecto vivo y solícito: y está especialmente cerca de los que realizan en la clandestinidad un trabajo ingrato y pesado, que los demás quizá no conocen o no estiman suficientemente: cerca de los que no tienen todavía una ocupación estable, y que están expuestos a preguntas angustiosas sobre el futuro de su creciente familia: cerca de los que han sido dolorosamente probados por la enfermedad o la desgracia en el trabajo. Por nuestra parte, no dejaremos pasar la oportunidad de invitar a todos los que tienen responsabilidades de poder o de medios a trabajar para que se garanticen unas condiciones de vida y de trabajo cada vez mejores, y especialmente para que se asegure el derecho a un empleo estable y digno para todos. Y confiamos firmemente en que el sufrimiento de los trabajadores sea comprendido con una sensibilidad cada vez mayor.
Si el trabajo es un valor en sí mismo, cada vez más reconocido y delimitado por derechos y protecciones precisas, también es cierto que las sociedades que tienden a la hiperproducción y al beneficio acaban absolutizándolo en detrimento de muchas otras cosas. El Papa Pablo VI lo previó, en un momento en el que las revueltas obreras en todo el mundo corren el riesgo de hacer perder de vista la dignidad humana a esa clase que se limita a reclamar derechos salariales, o más bien a obsesionarse sólo con la pobreza y las urgencias económicas…. 19 de marzo de 1969. Fiesta de San José. La pobreza no debe asustarnos…
La palabra de Pablo VI
Y no nos dejaremos perturbar por las dificultades que nos plantea hoy, en un mundo enteramente dirigido a la conquista de la riqueza económica, como si fuera contradictorio con la línea de progreso que estamos obligados a seguir, y paradójico e irreal en una sociedad de bienestar y consumo. Vamos a repensar, con St. José, que era pobre y trabajador, y que él mismo se empeñaba por completo en ganar algo para vivir, volveremos a pensar en cómo los bienes económicos son dignos de nuestro interés cristiano, a condición de que no sean un fin en sí mismos, sino un medio para sostener una vida orientada hacia otros bienes superiores;
Con la condición de que los bienes económicos no sean objeto de un egoísmo avaricioso, sino medio y fuente de una caridad providencial; con la condición, además, de que no se utilicen para aliviarnos de la carga del trabajo personal y para autorizarnos al disfrute fácil y suave de los llamados placeres de la vida, sino que se empleen en cambio para el interés honesto y amplio del bien común.
Que el trabajo de cada uno no pierda de vista el objetivo común y comunitario. De lo contrario, pensando en el mito del Edén, cuando el hombre disfrutaba de todos los bienes de la tierra sin fatiga, se podría pensar en el trabajo humano como un castigo divino… En este sentido, el Papa Benedicto XVI, en la Santa Misa de la Solemnidad de San José, el 19 de marzo de 2006, aclaró todas las dudas:
La palabra de Benedicto XVI
La Biblia muestra en varias páginas cómo el trabajo pertenece a la condición original del hombre. Cuando el Creador formó al hombre a su imagen y semejanza, le invitó a trabajar la tierra (cf. Gn 2,5-6). A causa del pecado de los primeros padres, el trabajo se convirtió en trabajo y dolor (cf. Gn 3,6-8), pero en el plan divino conserva su valor inalterado. El mismo Hijo de Dios, asemejándose a nosotros en todo, se dedicó durante muchos años al trabajo manual, hasta el punto de ser conocido como el “hijo del carpintero” (…).
El trabajo tiene una importancia primordial para la realización del ser humano y para el desarrollo de la sociedad, y por ello debe organizarse y realizarse siempre con pleno respeto a la dignidad humana y al servicio del bien común. Al mismo tiempo, es indispensable que las personas no se dejen esclavizar por el trabajo, que no lo idolatren, pretendiendo encontrar en él el sentido último y definitivo de la vida.
No idolatremos el trabajo y no perdamos de vista la infinidad de problemas, los infinitos matices humanos y espirituales relacionados con él. El Papa, que fue obrero, los conoce bien. Que comprendía de cerca los problemas de los trabajadores, con los que compartía fatigas y aspiraciones. 18 de noviembre de 1983. Juan Pablo II se dirige a los participantes en una conferencia patrocinada por la Conferencia Episcopal Italiana sobre los problemas del trabajo. Lo más importante para el Papa obrero es, una vez más, el horizonte espiritual del trabajador:
La palabra de Juan Pablo II
El análisis del trabajo humano, realizado en el horizonte de la obra divina de la salvación, penetra en el corazón mismo del problema ético-social, y conduce a una ética del trabajo que puede calificarse, con razón, de nueva. (…). Problemas como el trabajo desigual, inhumano, desprotegido o despreciado exigen de los cristianos una renovada asunción de responsabilidades. La ética del trabajo se refiere, sobre todo, a la dimensión subjetiva del trabajo, es decir, al hombre como persona, como sujeto del trabajo. El primer fundamento del trabajo es, de hecho, el hombre mismo, y aunque el hombre está llamado y destinado a trabajar, el trabajo es para el hombre y no el hombre para el trabajo.