Mutua Pertenencia: el Bello Misterio Eclesial

El Papa: nos pertenecemos unos a otros ¡es el espléndido misterio de la Iglesia!.

 

Porque “la envidia causa amargura interior”, es “bueno” reconocer los dones de los demás “sin malicia y sin envidia”. Pues, es “hermoso” saber que nos pertenecemos los unos a los otros, porque “compartimos la misma fe, el mismo amor, la misma esperanza, el mismo Señor”: como un pastor bueno, el Papa compartió su reflexión con los fieles en la plaza de san Pedro en la Solemnidad de san Pedro y Pablo, a la hora del Ángelus.

 

Griselda Mutual – Ciudad del Vaticano. (Vn, 290619).

 

Hoy pedimos la gracia de amar a nuestra Iglesia. Pedimos ojos que puedan ver en ella hermanos y hermanas, un corazón que pueda acoger a los demás con el tierno amor que Jesús tiene por nosotros. Y pedimos la fuerza para orar por aquellos que no piensan como nosotros: orar y amar, no hablar mal, quizás a sus espaldas: fue la invocación del Papa durante la oración mariana del Ángelus, en la Solemnidad de los Santos Apóstoles Pedro y Pablo.

 

En la alocución previa al rezo mariano, el Papa Francisco volvió sobre los Santos Apóstoles a quienes celebramos en este día, y centró su pensamiento en cómo son representados en los diversos íconos: en algunos, sostienen el edificio de la Iglesia. En otros, son retratados mientras se abrazan. De estas imágenes partió su reflexión.

 

«Mi Iglesia», dice Jesús

En el primer caso, nos muestran que sostienen el edificio de la Iglesia, y esto, dijo el Papa, nos recuerda las palabras del Evangelio de hoy, en que Jesús dice a Pedro: «Tú eres Pedro y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia» (Mt 16,18). El Santo Padre, sin embargo, no se centró en el sustantivo, es decir, en la palabra “Iglesia”, sino que quiso en esta ocasión, centrarse en el adjetivo: “mi”, “mi Iglesia”. Y explicó que «Jesús no habla de la Iglesia como una realidad externa, sino que expresa el gran amor que siente por ella: mi Iglesia».

 

Jesús ama a la Iglesia, es decir, a nosotros, precisó, y señaló que para Él, “no somos un grupo de creyentes ni una organización religiosa”, sino “su esposa”. Y así, Él “mira con ternura a su Iglesia, la ama con absoluta fidelidad”, a pesar de “nuestros errores y traiciones”:

 

«Y podemos repetirlo también nosotros: mi Iglesia. No lo decimos con un sentido exclusivo de pertenencia, sino con un amor inclusivo. No para diferenciarnos de los demás, sino para aprender la belleza de estar con los demás, porque Jesús nos quiere unidos y abiertos. La Iglesia, en efecto, no es “mía” porque responde a mi yo, a mis deseos, sino para que derrame en ella mi afecto. Es mía para que yo la cuide, para que, como los Apóstoles en el icono, yo también la sostenga. ¿Cómo? Con el amor fraterno».

 

«Redescubrir alegría de ser hermanos y hermanas en la Iglesia»

En el segundo caso en que los santos Pedro y Pablo son retratados mientras se abrazan, Francisco habló de las diferencias entre ambos, pues eran un pescador y un fariseo “con experiencias de vida, carácter, modos de hacer y sensibilidades muy diferentes”. Y aunque “no faltaron las opiniones contrastantes y los debates francos”, lo que los unía “era infinitamente mayor”: «Jesús era el Señor de ambos, juntos dijeron “mi Señor” a Aquel que dice “mi Iglesia”».

 

He aquí, dijo el Santo Padre, que estos “hermanos en la fe”, nos invitan en esta fiesta a redescubrir la alegría de ser hermanos y hermanas en la Iglesia. Por eso “sería bueno” decir: “Gracias, Señor, por esa persona que es diferente de mí: es un don para mi Iglesia”.

 

«Es bueno apreciar las cualidades de los demás, reconocer los dones de los demás sin malicia y sin envidia. La envidia causa amargura interior, es vinagre derramado sobre el corazón. Hace la vida amarga. Qué hermoso es, en cambio, saber que nos pertenecemos los unos a los otros, porque compartimos la misma fe, el mismo amor, la misma esperanza, el mismo Señor. Nos pertenecemos unos a otros: ¡es el espléndido misterio de nuestra Iglesia!».

 

Orar y amar por nuestros hermanos

Pero la reflexión del Papa Francisco no concluyó con la certeza apenas mencionada, sino que recordó las palabras de Jesús al final del Evangelio, cuando dice a Pedro “Apacienta mis ovejas” (Jn 21,17). Francisco observó que el Maestro, “habla de nosotros y dice mis ovejas, con la misma ternura con la que dijo mi Iglesia”: una demostración del “afecto” que “edifica la Iglesia”. Por ese motivo, invitó a pedir hoy la gracia de “amar a nuestra Iglesia”:

 

«Pedimos ojos que puedan ver en ella hermanos y hermanas, un corazón que pueda acoger a los demás con el tierno amor que Jesús tiene por nosotros. Y pedimos la fuerza para orar por aquellos que no piensan como nosotros: orar y amar, no hablar mal quizás a sus espaldas.

Que la Virgen, que llevó armonía entre los Apóstoles y rezaba con ellos (cf. Hch 1,14), nos proteja como hermanos y hermanas en la Iglesia».