Ángelus, Epifanía del Señor: “Como los magos, dejemos que la luz de Cristo nos guíe”.
A la hora del rezo del Ángelus en la Solemnidad de la Epifanía del Señor, el Papa Francisco recordó que también nosotros, como los Magos de Oriente que llegaron a Belén para adorar al Hijo de Dios, “estamos llamados a dejarnos siempre fascinar, atraer, guiar, iluminar y convertir por Cristo”. “Es el camino de la fe, a través de la oración y la contemplación de las obras de Dios, que continuamente nos llenan de alegría y de asombro siempre nuevo”, explicó el Pontífice.
Sofía Lobos – Ciudad del Vaticano. (VN, 060121).
El miércoles 6 de enero, Solemnidad de la Epifanía del Señor, es decir, “la manifestación del Hijo de Dios a todas las gentes”; el Papa Francisco rezó la oración mariana del Ángelus desde la Biblioteca del Palacio Apostólico del Vaticano, sin presencia de fieles a causa de la pandemia.
En su alocución, el Santo Padre señaló que la salvación realizada por Cristo no conoce confines: “La Epifanía no es un misterio más, es siempre el mismo acontecimiento de la Natividad, pero visto en su dimensión de luz: luz que ilumina a cada hombre, luz que hay que acoger en la fe y luz que hay que llevar a los demás en la caridad, en el testimonio, en el anuncio del Evangelio”.
En este contexto, el Pontífice subrayó que la visión de Isaías, que presenta la liturgia de hoy (cf. 60,1-6), resuena en nuestro tiempo más actual que nunca: «La oscuridad cubre la tierra, y espesa nube a los pueblos» (v. 2).
Jesús es la luz para todos los pueblos
En este horizonte -dijo el Papa- el profeta anuncia la luz: la luz dada por Dios a Jerusalén y destinada a iluminar el camino de todos los pueblos: “Esta luz tiene la fuerza de atraer a todos, cercanos y lejanos, todos se ponen en camino para alcanzarla (cf. v. 3). Es una visión que abre el corazón, infunde aliento, invita a la esperanza”.
El evangelista Mateo, por su parte, al relatar el episodio de los Magos (cf. 2, 1-12), “muestra que esta luz es el Niño de Belén, es Jesús, aunque no todos acepten su realeza”, enfatizó el Santo Padre: “Él es la estrella que apareció en el horizonte, el Mesías esperado, Aquel a través del cual Dios realiza su reino de amor, justicia y paz. Nació no solo para algunos, sino para todos los hombres, para todos los pueblos”.
Una luz que se difunde con el anuncio del Evangelio
Al respecto, Francisco planteó dos cuestiones: «¿Cómo tiene lugar esta “irradiación”? ¿Cómo se difunde la luz de Cristo en todo lugar y en todo momento?».
Sin duda, no a través de los poderosos medios de los imperios de este mundo, que siempre están buscando dominarlo -aseguró el Santo Padre- sino a través del anuncio del Evangelio y con el mismo “método” elegido por Dios para venir entre nosotros: “la encarnación, es decir, hacerse prójimo del otro, encontrarlo, asumir su realidad”.
Testigos de infinita bondad
“Sólo así la luz de Dios, que es Amor, puede brillar en quienes lo acogen y atraer a los demás”, argumentó el Papa haciendo hincapié en que la estrella es Cristo, “pero también nosotros podemos y debemos ser la estrella, para nuestros hermanos y hermanas, como testigos de los tesoros de infinita bondad y misericordia que el Redentor ofrece gratuitamente a todos”.
Por tanto, Francisco destacó que la condición es “acoger esta luz en uno mismo, acogerla cada vez más”.
Dejar que Cristo nos convierta
“También nosotros, como los Magos, estamos llamados a dejarnos siempre fascinar, atraer, guiar, iluminar y convertir por Cristo: es el camino de la fe, a través de la oración y la contemplación de las obras de Dios, que continuamente nos llenan de alegría y de asombro siempre nuevo”, añadió.
El Papa concluyó invitando a los fieles a pedir la protección de María sobre la Iglesia universal, “para que ella difunda en todo el mundo el Evangelio de Cristo, Lumen gentium, luz de todos los pueblos”.