Hoy celebramos a San Roberto Belarmino, defensor de la Iglesia.
Redacción ACI Prensa, 170920.
“Considera auténtico bien para ti lo que te lleva a tu fin, y auténtico mal lo que te impide alcanzarlo”, escribió alguna vez San Roberto Belarmino (1542-1621), defensor de la Iglesia ante la Reforma protestante, y cuya fiesta se celebra cada 17 de septiembre.
San Roberto Belarmino fue miembro de la Compañía de Jesús, sacerdote, cardenal de la Iglesia católica, arzobispo e impulsor del movimiento de la Contrarreforma. Sirvió en la curia romana como consultor o prefecto en varios dicasterios.
De hecho, tuvo alguna participación en los procesos de Galileo Galilei y Giordano Bruno, en los que destacó por su prudencia y sabiduría, apoyadas en la caridad, y el celo por el conocimiento y la verdad.
Roberto nació en Toscana en 1542, y desde que estudiaba en el colegio de los jesuitas sobresalió por su inteligencia.
Asimismo, las enseñanzas de su madre en torno a la humildad y la sencillez repercutieron mucho en su personalidad. Cuando ingresó a la Compañía de Jesús tuvo como formador a San Francisco de Borja. Fue ordenado sacerdote y a pedido del Papa empezó a preparar a los sacerdotes de Roma para que supieran enfrentarse a los enemigos de la fe.
Fruto de ese encargo escribió un libro llamado “Controversias”, que llegó a ser de lectura obligatoria para apologistas y teólogos en general. Entre quienes se reconocieron influenciados por ese escrito está San Francisco de Sales.
San Roberto dirigió una edición revisada de la Biblia (Vulgata) y escribió dos versiones del Catecismo de la Iglesia Católica: el “Catecismo resumido” y el “Catecismo explicado”. Ambos textos fueron traducidos a varios idiomas y se usaron hasta el siglo XIX. Asimismo, sirvió como director espiritual por muchos años. Entre sus dirigidos estuvo San Luis Gonzaga.
Poco antes de morir, escribió en su testamento que sus pertenencias deberían ser repartidas entre los pobres, aunque al final lo que dejó solo alcanzó para costear los gastos de su entierro. Se retiró al noviciado de San Andrés en Roma y allí partió a la Casa del Padre el 17 de diciembre de 1621. El Papa Pío XI lo beatificó en 1923 y lo canonizó en 1930. El 17 de septiembre de 1931 fue declarado doctor de la Iglesia.
En su libro “De ascencione mentis in Deum” (Elevación de la mente a Dios) dice el Santo: “el sabio no debe ni buscar acontecimientos prósperos o adversos, riquezas y pobreza, salud y enfermedad, honores y ultrajes, vida y muerte, ni huir de ellos de por sí. Son buenos y deseables sólo si contribuyen a la gloria de Dios y a tu felicidad eterna; son malos y hay que huir de ellos si la obstaculizan”.