Japón aún no supera el trauma de las bombas atómicas y el accidente de Fukushima
Hiroshima y Fukushima representan a dos grupos de víctimas de la radiactividad en Japón. Ambos se sienten ignorados.
(DEUTSCHE WELLE, 050820).- Hace 75 años que Estados Unidos lanzó dos bombas atómicas sobre Japón. La radiación nuclear y sus consecuencias siguen afectando duramente y ocupando a la sociedad hasta el día de hoy, agravadas por el accidente del reactor de Fukushima.
En la acera de una estrecha calle en el centro de Hiroshima, una discreta placa conmemorativa marca el epicentro del ataque. Sobre este lugar, el 6 de agosto de 1945, a una altura de 580 metros, fue detonada la primera bomba atómica utilizada en una guerra.
Una foto histórica muestra el centro de la ciudad completamente devastado. La distancia de la placa a los edificios de la Fundación de Investigación de los Efectos de la Radiación es de solo dos kilómetros en línea recta. Más de un millón de muestras congeladas de sangre, plasma y orina de 20.000 víctimas sobrevivientes están almacenadas allí.
El número de participantes en este estudio a largo plazo se ha reducido a 3.000, como resultado del envejecimiento progresivo. Más de la mitad de los sobrevivientes enfermó debido a la radiación atómica, especialmente de cáncer, pero también de infartos y depresión.
“Desde hace 75 años, el arma de 1945 sigue teniendo efecto en la población”, dice el médico Osamu Saito, de Hiroshima, que atendió a muchas víctimas, y agrega que “los supervivientes sufren las consecuencias en su cuerpo y su alma”.
Radioactividad en el aire, la tierra y el agua
En la pequeña ciudad de Futaba, a pocos kilómetros de la central nuclear de Fukushima Daiichi, una grúa levanta bolsas de plástico negro sobre la cinta transportadora de una planta de procesamiento. Cada saco contiene un metro cúbico de tierra y hierba radiactivamente contaminadas, que se retiraron de los campos y jardines de la entonces zona restringida después del accidente del reactor. 14 millones de esos sacos están esperando ser reprocesados. Si la tierra tamizada solo emite una pequeña cantidad de radiación, el gobierno la utilizaría en todo Japón para cultivar plantas para centrales eléctricas de biomasa y para obras públicas como carreteras.
Más de 3000 ciudadanos criticaron este plan del Ministerio de Medio Ambiente. “La radiación se extenderá por todo el país”, temen algunos. En marzo de 2011, las explosiones de hidrógeno en los reactores liberaron 168 veces más cesio radioactivo que una bomba atómica de Hiroshima, haciendo inhabitables 1100 kilómetros cuadrados. Como resultado, 120.000 personas perdieron sus hogares.
Nuevo grupo de “víctimas de la radiación”
La catástrofe nuclear ha revivido el viejo trauma de la radiación de las bombas atómicas. Surgió un nuevo grupo de “hibakusha”, de sobrevivientes de la radiación.
Una vez más, japoneses que estuvieron expuestos a la radiación son marginados, intimidados en la escuela, y no pueden encontrar trabajo o pareja.
Los residentes evacuados de la zona de la central nuclear sufren la “maldición de la dosis de radiación”, dice el médico Saito, de 73 años, que ha estado trabajando de nuevo en su ciudad natal de Fukushima durante varios años. Hasta ahora no se ha detectado ningún daño específico a su salud. “Pero su inseguridad emocional es tan fuerte que no pueden evaluar objetivamente el riesgo de la dosis de radiación recibida”, explica Saito.
Los “hibakusha” ven otro paralelo entre Hiroshima y Fukushima en el duro enfoque de las autoridades. “En el accidente nuclear y las bombas nucleares, le dijimos al gobierno que investigara científicamente los efectos de la radiación, pero han delegado estas tareas a las autoridades locales y no proporcionan información sobre ellas”, dice Terumi Tanaka, que sobrevivió a la bomba de Nagasaki cuando tenía 13 años.
“Así que, hasta ahora, no sabemos cuál es el efecto del material radiactivo en nuestros cuerpos”, dice Tanaka, por largo tiempo secretario general de la organización Hibakusha Nihon Hidankyo.
Sobrevivientes desatendidos
El Estado tardó doce años en reconocer la existencia de los “hibakusha” en la ley médica de 1957. Durante las investigaciones en el instituto predecesor de la fundación, muchas víctimas de las explosiones se sintieron tratadas como conejillos de Indias. Ningún jefe de gobierno levantó nunca la voz contra su discriminación. La generosidad del Estado es limitada.
Es cierto que los “hibakusha” reconocidos no tienen que pagar el tratamiento médico y reciben algo menos de 300 euros al mes si sufren una de las once enfermedades específicas. Pero solo reciben prestaciones sociales de 1.200 euros si su sufrimiento es claramente atribuible a la radiación. Muchos tienen que apelar a cortes para recibir cualquier ayuda. Sin embargo, cuatro de cada cinco demandas son desestimadas.
El Estado también ha ignorado el peligro para la salud que representa la “lluvia negra” que cayó después de las bombas nucleares, apunta el físico de partículas Shoji Sawada, profesor emérito de la Universidad de Nagoya, que fue el primero en reevaluar esta radiación. “El gobierno guarda silencio debido a que Estados Unidos no admite que la lluvia radioactiva de sus pruebas nucleares contaminó a la gente”, relata Sawada.
Valor límite elevado
Fukushima también sigue bajo la maldición de la radiactividad. Los padres de 300.000 niños temen porque entre ellos la tasa de cáncer de tiroides ha crecido inusualmente.
Las autoridades explican esto como un efecto de los exámenes en masa, un argumento también apoyado por el especialista alemán en medicina nuclear Reiners. “Hicieron el mismo examen en áreas remotas y encontraron la misma frecuencia de alteraciones”, dice Reiners en una entrevista en video. “Así que el aumento de los casos se debe a las tomas de pruebas masivas”.
El gobierno también ha abierto dos tercios de las áreas restringidas después de la descontaminación. Para poder hacerlo, las autoridades elevaron el límite permisible a 20 mili-sievert anuales. El límite estándar de un mili-sievert se basa en gran medida en la investigación sobre los sobrevivientes de Hiroshima y Nagasaki.
El Gobierno le recortará la ayuda financiera mensual a aquellos evacuados que no regresen a las zonas reabiertas. Saito solo ve una forma de curar las heridas de la radiación de su país: “El Estado debe pedir disculpas por las bombas nucleares y los accidentes de los reactores y compensar plenamente a todos los afectados. Eso es lo mínimo”.
(jov/er)
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