Más Vigente que nunca, la Bandera Trigarante

Por: José Agapito Salazar Ibarra. D-S21.

 

DURANGO, DGO., 240220.- Agustín de Iturbide y Vicente Guerrero proclamaron, hoy  hace 199 años, el Plan de Iguala, con sus Tres Garantías para todos los habitantes de la hasta entonces Nueva España, que son el alma de nuestra Bandera Nacional: Unión, Religión e Independencia.

 

Hoy es la fiesta de nuestra Enseña Nacional, cuya esencia identificadora es la misma dos siglos después:

 

Unión, la necesidad vital en un país campeón en desigualdad, sometido a minorías inescrupulosas dentro y fuera del Poder. Somos un reflejo del hecho mundial: el uno por ciento con más riqueza que la de todo el 99% restante de los pobladores del orbe. Esto es fruto del sistema económico de muerte, como lo señala el Papa Francisco.

 

Religión, cuyo simple ritualismo y superficialidad agonizan a medida que el mexicano madura en claridad y congruencia respecto al Mensaje y la Persona de Jesús de Nazaret, en 2 líneas: la católica y más de 1,000 congregaciones no católicas que proclaman a Cristo como Salvador personal y de toda la humanidad.

La Unidad Nacional no excluye a la minoría no creyente o atea, en la que su porción radical tiene su coto poderoso, en lo político, lo económico, lo cultural, lo social…

 

Independencia, que tras de conquistarla de España, no hemos podido lograrla de la plutocracia norteamericana, que hace 200 años también, nos la minó al punto de que tan solo 26 años después de proclamado el Plan de Iguala nos arrebató medio territorio, pues aprovechó nuestra inmadurez nacional y sus abortos: los ambiciosos, los fanfarrones y los traidores natos.

 

Las  afrentas a nuestro nacional Pendón han sido en momentos tan sangrientas que han exigido y tenido respuesta heroica y bella, como la de Chapultepec, en la que, junto al hecho contundente, también se dice que uno de los jóvenes cadetes en rechazo a una rendición o derrota, se envolvió en la Bandera y se arrojó de  lo alto del Castillo histórico, cuando sobraron apátridas.

 

O respuesta de holocausto como en la segunda década del siglo anterior, en la persecución religiosa, de 1926 a 1929. Lo mejor de esa generación fue al sacrificio por lo más trascendente del Signo Patrio, la Libertad Religiosa. Destacó la de la ACJM, cuyos militantes “fueron el alma” del ejército cristero, subrayó, en sus Memorias, el segundo y último general en Jefe, Jesús Degollado Guízar, sucesor del Gral. Enrique Gorostieta y Velarde. Esa gesta fue seguida por una resistencia dispuesta a la extinción, -un Rescoldo-, durante varios años más.

 

La respuesta patriótica fue refrendada, a finales de los años treinta e inicios de los cuarentas, en rancherías y villorios, y en calles y plazas de muchas urbes del país con cientos, quizá miles de mexicanos inermes, caídos ante balas de los sicarios del sistema, mientras honraban a la Enseña Nacional frente el reto de que los comunistas, bajo la protección del gobierno, ondeaban en todas partes la bandera rojinegra, al son de La Internacional, según relata dramáticamente Juan Ignacio Padilla.

 

De no haber habido tales sacrificios, ya seríamos esclavos no solo explotados, sino literalmente marcados. Refrendar nuestra decisión de ser libres, es algo muy nuestro: nadie vendrá a hacer lo que nos toca. En la raíz de esa decisión está nuestra conciencia de ser Personas, creadas por Dios a su imagen y semejanza, y redimidas por Jesús con su Pasión, su Muerte en Cruz y su Resurrección gloriosa, garantía de la nuestra. Ni más, ni menos.