Florencio Rodríguez nos Comparte como Fue su Niñez

Tendría cinco años de edad y acompañaba a una de mis hermanas por las calles de mi Meoqui a vender granadas, manojitos de poléo y de hierbabuena a diez centavos. Posteriormente ya con siete años de edad podía ir solo a traer petróleo “hasta la Singer” o con Don Lilio Valdéz “de aquel lado de la Escuela 48”, se me hacía muy lejos pero lo compensaba porque tenía la oportunidad de ver en el trayecto las troquitas que se exhibían en el aparador de la mercería de Doña Quica Hernández, aparte disfrutaba ver que mi pueblo “era muy grande”, luego los sábados por la tarde con el obligado baño semanal en una tina asistía a la doctrina en la casa de “Chonita”, la hermana del Padre Modesto, y concluía el domingo ir a la iglesia por la tarde en que se realizaban los bautizos y pedirle a los padrinos “la pastilla o el bolo” donde un montón de chiquillos nos disputabamos el atrapar alguna moneda, lo anterior compartido durante la mañana y tarde de lunes a viernes con las clases en la escuela primaria Maria G. de Ortíz y ya después de terminar la tarea escolar, entonces ya salir a “la esquina” y a jugar a las canicas, al trompo, a los encantados, a la rueda de San Miguel, el chicotito, el “mamaleche”, las escondidas, etc., etc. Posteriormente llegaba la navidad, en mas de una ocasión “Santoclós” estaba pobre -me lo decía mi amá- y no me llegaba mi troquita que yo había pedido, de hecho jamás la tuve. La pobreza económica era notable, sin embargo considero que fui un niño muy observador, creo respetuoso, soñador, sensible, no me gustaba pelear -casi todos me ganaban a los “trancazos”- y al menos hasta el sexto grado logré disfrutar de la bolsa de cacahuates con las galletas de animalitos y una naranja que era el regalo que cada 30 de abril nos regalaban en la escuela, era el día del niño… Hoy en esa lejana distancia y lejos de mi pueblo, desde una de las aulas de la Universidad donde soy Profesor, cierro los ojos y veo aún descalzo a ese chavalito, a ese niño llamado Florencio.