Avanzada de la Iglesia no Olvida Asesinato de Jesuìtas

A tres años del asesinato de jesuitas en México, la Iglesia clama: Violencia e impunidad “no son nuestro destino”

Por David Ramos.

ACIPRENSA, 15 de junio de 2025.

02:59 p. m.

 

Próximos a conmemorarse tres años del asesinato de los sacerdotes jesuitas Javier Campos Morales y Joaquín César Mora Salazar, y la creación del Diálogo Nacional por la Paz, la Iglesia Católica en México aseguró que “la violencia y la impunidad no son nuestro destino y que juntos podemos construir un país donde nadie tema por sí mismo”.

 

Así lo expresaron diversos líderes católicos en un reciente videomensaje, encabezado por el Obispo de Cuernavaca y presidente de la Conferencia del Episcopado Mexicano (CEM), Mons. Ramón Castro Castro.

 

En este aniversario, dijo el prelado, se busca “recordar a las víctimas de la violencia y renovar nuestro compromiso por un México donde la paz sea posible”.

 

Denisse Arana, secretaria ejecutiva de la Dimensión Episcopal para los Laicos (DELAI) de la CEM, dijo luego que “hace tres años, el dolor por la pérdida de nuestros hermanos jesuitas en la Sierra Tarahumara sumado a las más de tres millones de personas que han sido tocadas directamente por la violencia en el país, nos convocó a decir, ya basta”.

 

La investigadora Mariali Cárdenas destacó por su parte que “este dolor se convirtió en esperanza cuando miles de mexicanas y mexicanos decidimos unirnos por encima de nuestras diferencias”.

 

Los sacerdotes jesuitas Campos Morales y Mora Salazar fueron asesinados el 20 de junio de 2022 dentro de una iglesia católica en la comunidad Cerocahui, en la región conocida como Sierra Tarahumara en el estado mexicano de Chihuahua.

 

El crimen ocurrió cuando los jesuitas intentaban proteger dentro del templo a un hombre perseguido por el que luego se convirtió en el asesino de los tres.

 

El P. Luis Gerardo Moro Madrid SJ, provincial de la Compañía de Jesús (Jesuitas) en México, destacó que “fieles a su misión, hasta el último aliento, los padres Javier Cartos y Joaquín Mora entregaron su vida por proteger a otros”.

 

“Su sacrificio no fue en vano, se convirtió en semilla de este movimiento que hoy sigue creciendo”, resaltó el P. Moro Madrid.

 

Por su parte, Mons. Héctor Pérez Villarreal, Obispo Auxiliar de la Arquidiócesis Primada de México y secretario general de la CEM, resaltó que “en estos tres años de caminar juntos, hemos acompañado víctimas, hemos elevado voces silenciadas, hemos creado proyectos y hemos tejido redes en solidaridad que atraviesan el país entero”.

 

“Hemos llorado con las madres buscadoras, hemos abrazado a comunidades, hemos tendido puentes, hemos caminado con jóvenes, hemos dialogado con autoridades”, agregó Ana Paula Hernández, coordinadora del Diálogo Nacional por la Paz, asegurando que “en cada paso, en donde antes había miedo, hemos sembrado esperanza”.

 

En ese marco, como acciones concretas, se anunció que el 20 de junio a las 3:00 p.m. (hora local), repicarán las campanas de todas las iglesias católicas en México, como un “llamado por la unidad y por la paz”.

 

Además, se informará sobre los logros que se han alcanzado en estos años, así como sobre la “ruta a seguir” en los estados mexicanos.

 

En cada templo católico mexicano, se anunció, se celebrará una “Misa por la paz”, haciendo “memoria de las personas asesinadas y desaparecidas en nuestro país”.

 

Finalmente, el domingo 22 de junio se leerá en todas las iglesias un comunicado respecto a la posición del Diálogo Nacional por la Paz.

 

Mons. Pérez Villarreal aseguró que “a tres años de camino, seguimos creyendo que México puede y debe ser diferente”, y remarcó que “la violencia y la impunidad no son nuestro destino y que juntos podemos construir un país donde nadie tema por sí mismo”.

 

Etiquetas: Obispos de México, Diálogo Nacional, noticias católicas, Violencia en México, Iglesia Católica en México

 

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Homilía completa del Papa León XIV en la Misa con motivo de la solemnidad de la Santísima Trinidad

Por Papa León XIV.

ACIPRENSA, 15 de junio de 2025.

Esta es la homilía de la Misa que presidió León XIV con motivo de la solemnidad de la Santísima Trinidad, que coincidió con el Jubileo del Deporte, cita prevista en el Año Jubilar de la Esperanza.

 

Lee aquí la homilía:

Queridos hermanos y hermanas: Celebramos la solemnidad de la Santísima Trinidad, mientras vivimos los días del Jubileo del Deporte. El binomio Trinidad-deporte no es precisamente habitual, sin embargo, la asociación no es absurda.

 

De hecho, toda buena actividad humana lleva consigo un reflejo de la belleza de Dios, y sin duda el deporte es una de ellas. Después de todo, Dios no es estático, no está cerrado en sí mismo. Es comunión, relación viva entre el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo, que se abre a la humanidad y al mundo. La teología llama a esta realidad pericoresis, es decir, “danza”: una danza de amor recíproco. Es de este dinamismo divino de donde brota la vida. Hemos sido creados por un Dios que se complace y se regocija en dar la existencia a sus criaturas, que “juega”, como nos ha recordado la primera lectura (cf. Pr 8,30-31). Algunos Padres de la Iglesia hablan incluso, con audacia, de un Deus ludens, de un Dios que se divierte (cf. S. SALONIO DE GINEBRA, in Expositio Mystica in Parabolas Salomonis et Ecclesiasten; S. GREGORIO NACIANCENO, Carmina, I, 2, 589).

 

Es por eso que el deporte puede ayudarnos a encontrar a Dios Trinidad: porque requiere un movimiento del yo hacia el otro, ciertamente exterior, pero también y sobre todo interior. Sin esto, se reduce a una estéril competencia de egoísmos. Pensemos en una expresión que, en italiano, se utiliza habitualmente para animar a los atletas durante las competiciones: los espectadores gritan: “Dai!” [en español “¡Dale!”]. Quizás no lo pensemos, pero es un imperativo precioso; es el imperativo del verbo “dar”.

 

Y esto nos puede hacer reflexionar: no se trata solo de dar una prestación física, quizá extraordinaria, sino de darse uno mismo, de «jugársela». Se trata de entregarse por los demás —por el propio crecimiento, por los aficionados, por los seres queridos, por los entrenadores, por los colaboradores, por el público, incluso por los adversarios— y, si se es verdaderamente deportista, esto vale independientemente del resultado. San Juan Pablo II —un deportista, como sabemos— hablaba así de ello: “El deporte es alegría de vivir, juego, fiesta, y como tal debe valorarse […] mediante la recuperación de su gratuidad, de su capacidad para estrechar lazos de amistad, para favorecer el diálogo y la apertura de unos hacia otros, […] por encima de las duras leyes de la producción y el consumo y de cualquier otra consideración puramente utilitaria y hedonista de la vida” (cf. Homilía para el Jubileo de los Deportistas, 12 abril 1984).

 

Desde este punto de vista, mencionamos en particular tres aspectos que hacen del deporte, hoy en día, un medio valioso para la formación humana y cristiana. En primer lugar, en una sociedad marcada por la soledad, en la que el individualismo exagerado ha desplazado el centro de gravedad del “nosotros” al “yo”, terminando por ignorar al otro, el deporte —especialmente cuando se practica en equipo— enseña el valor de la colaboración, de caminar juntos, de ese compartir que, como hemos dicho, está en el corazón mismo de la vida de Dios (cf. Jn 16, 14-15).

 

De este modo, puede convertirse en un importante instrumento de recomposición y encuentro, entre los pueblos, en las comunidades, en los entornos escolares y laborales, en las familias.

 

En segundo lugar, en una sociedad cada vez más digital, en la que las tecnologías, aunque acercan a personas lejanas, a menudo alejan a quienes están cerca, el deporte valora la concreción de estar juntos, el sentido del cuerpo, del espacio, del esfuerzo, del tiempo real. Así, frente a la tentación de huir a mundos virtuales, ayuda a mantener un contacto saludable con la naturaleza y con la vida concreta, único lugar en el que se ejerce el amor (cf. 1 Jn 3,18).

 

En tercer lugar, en una sociedad competitiva, donde parece que sólo los fuertes y los ganadores merecen vivir, el deporte también enseña a perder, poniendo a prueba al hombre, en el arte de la derrota, con una de las verdades más profundas de su condición: la fragilidad, el límite, la imperfección.

 

Esto es importante, porque es a partir de la experiencia de esta fragilidad que nos abrimos a la esperanza. El atleta que nunca se equivoca, que no pierde jamás, no existe. Los campeones no son máquinas infalibles, sino hombres y mujeres que, incluso cuando caen, encuentran el valor para levantarse. Recordemos una vez más, a este respecto, las palabras de san Juan Pablo II, quien decía que Jesús es “el verdadero atleta de Dios”, porque venció al mundo no con la fuerza, sino con la fidelidad del amor (cf. Homilía en la Misa por el Jubileo de los deportistas, 29 octubre 2000).

 

No es casualidad que, en la vida de muchos santos de nuestro tiempo, el deporte haya tenido un papel significativo, tanto como práctica personal que como vía de evangelización. Pensemos en el beato Pier Giorgio Frassati, patrono de los deportistas, que será proclamado santo el próximo 7 de septiembre. Su vida, sencilla y luminosa, nos recuerda que, así como nadie nace campeón, tampoco nadie nace santo.

 

Es el entrenamiento diario del amor lo que nos acerca a la victoria definitiva (cf. Rm 5,3-5) y nos hace capaces de trabajar en la construcción de un mundo nuevo. Así lo afirmaba también san Pablo VI, veinte años después del final de la Segunda Guerra Mundial, recordando a los miembros de una asociación deportiva católica lo mucho que el deporte había contribuido a devolver la paz y la esperanza a una sociedad devastada por las consecuencias de la guerra (cf. Discurso a los miembros del C.S.I., 20 marzo 1965).

Decía, “es la formación de una sociedad nueva a la que se dirigen vuestros esfuerzos: […] conscientes de que el deporte, en los sanos elementos formativos que valora, puede ser un instrumento muy útil para la elevación espiritual de la persona humana, condición primera e indispensable de una sociedad ordenada, serena y constructiva” (cf. ibíd).

 

Queridos deportistas, la Iglesia les confía una misión maravillosa: ser, en las actividades que realizan, reflejo del amor de Dios Trinidad para bien de ustedes y sus hermanos. Comprométanse con entusiasmo en esta misión: como atletas, como formadores, como sociedad, como grupos, como familias. El Papa Francisco solía subrayar que María, en el Evangelio, se nos presenta activa, en movimiento, incluso “corriendo” (cf. Lc 1,39), dispuesta, como saben hacer las madres, ponerse en movimiento ante la señal de Dios, para socorrer a sus hijos (cf. Discurso a los voluntarios de la JMJ, 6 agosto 2023).

 

Le pedimos que acompañe nuestros esfuerzos y nuestros impulsos, y que los oriente siempre hacia lo mejor, hasta la victoria más grande: la de la eternidad, el «campo infinito» donde el juego no tendrá fin y la alegría será plena (cf. 1 Co 9,24-25; 2 Tim 4,7-8).

 

 

Etiquetas: Misa, Trinidad, Noticas católicas

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