Reconocer Don del Matrimonio, necesario

El Papa a la Rota Romana: Renovar la conciencia del don recibido en el matrimonio

 

Con motivo de la inauguración del Año Judicial, el Papa Francisco recibió en audiencia a los miembros del Tribunal de la Rota Romana, proponiéndoles una reflexión sobre el matrimonio. “Las crisis no se resuelven ocultándolas, sino con el perdón mutuo”.

 

Vatican News, 270123.

 

“En la Iglesia y en el mundo hay una fuerte necesidad de redescubrir el significado y el valor de la unión conyugal entre un hombre y una mujer, sobre la que se funda la familia”. Fue la constatación con la que el Papa Francisco introdujo algunas reflexiones sobre el matrimonio, al recibir al Colegio de Prelados Auditores de la Rota Romana.  El matrimonio según la Revelación cristiana – afirmó el Santo Padre – no es una ceremonia o un acontecimiento social, ni una formalidad; tampoco es un ideal abstracto: es una realidad con su precisa consistencia, no “una mera forma de gratificación afectiva que puede constituirse de cualquier manera y modificarse de acuerdo con la sensibilidad de cada uno”.

 

Todo verdadero matrimonio es un don de Dios

De ahí la pregunta del Sumo Pontífice respecto a la posibilidad de que se produzca una unión “tan involucrante” entre un hombre y una mujer, dadas las limitaciones y la fragilidad del ser humano.  Una respuesta sencilla y profunda, dijo el Papa, nos la da Jesús: “Que el hombre no separe lo que Dios ha unido” (Mt 19,6). Como afirma el Concilio Vaticano II – recordó también el pontífice – “es el mismo Dios el autor del matrimonio y esto puede entenderse referido a toda unión conyugal.

 

Todo esto nos lleva a reconocer que todo verdadero matrimonio, incluso el no sacramental, es un don de Dios a los cónyuges.

El Papa constató luego que la indisolubilidad “se concibe a menudo como un ideal”, y que tiende a prevalecer la mentalidad de que “el matrimonio dura mientras hay amor”. “Pero, ¿de qué amor se trata?”, cuestionó. Y afirmó que “también en este caso suele haber desconocimiento del verdadero amor conyugal, reducido al plano sentimental o a la mera satisfacción egoísta”. El amor conyugal, en cambio, “es inseparable del matrimonio mismo, en el que el amor humano, frágil y limitado, se encuentra con el amor divino, siempre fiel y misericordioso”.

Dios sostiene a los esposos con su gracia

“¿Puede haber amor “debido”?”, fue otra pregunta que planteó el Pontífice. La respuesta, explicó, “se encuentra en el mandamiento del amor, tal como lo dio Cristo: ‘Así como yo los he amado, ámense también ustedes los unos a los otros’.

 

Podemos aplicar este mandamiento al amor conyugal, también un don de Dios.

Se trata de un mandamiento que puede cumplirse “porque es Él mismo quien sostiene a los esposos con su gracia”. Es un don confiado a su libertad con sus limitaciones y caídas, de modo que el amor entre marido y mujer necesita una purificación y maduración continuas, comprensión mutua y perdón. Las crisis – aseveró el Papa – no se resuelven ocultándolas, sino con el perdón mutuo. “No hay que idealizar el matrimonio, como si sólo existiera donde no hay problemas”, afirmó.

Un vínculo habitado por el amor divino

La espiritualidad matrimonial es una espiritualidad del vínculo habitado por el amor divino, y es necesario, aseguró el Santo Padre, “redescubrir la realidad permanente del matrimonio como vínculo”. A veces se mira esta palabra con recelo, como si fuera una imposición externa, una carga, una “atadura” que se opone a la autenticidad y la libertad del amor. Si, por el contrario, el vínculo se entiende precisamente como vínculo de amor, entonces se revela como el núcleo del matrimonio, como un don divino que es fuente de verdadera libertad y que custodia la vida matrimonial.

 

En este sentido, “La pastoral prematrimonial y la pastoral matrimonial deben ser ante todo una pastoral del vínculo, donde se aporten elementos que ayuden tanto a madurar el amor como a superar los momentos duros”.

Los aportes, precisó Francisco, “no son únicamente convicciones doctrinales” y no pueden reducirse “a los preciosos recursos espirituales que siempre ofrece la Iglesia”, sino deben ser también “caminos prácticos, consejos bien encarnados, tácticas tomadas de la experiencia, orientaciones psicológicas”.

 

Renovar la conciencia del don recibido

Antes de finalizar con una invocación al Espíritu Santo para que derrame sus dones sobre los presentes comprometidos en el “servicio a la verdad del matrimonio”, el Papa dirigió su pensamiento a los matrimonios en crisis, y afirmando que la Iglesia “los acompaña con amor y esperanza, tratando de sostenerlos”, sugirió un recurso “fundamental” para afrontar y superar las crisis: “renovar la conciencia del don recibido en el sacramento del matrimonio, don irrevocable, fuente de gracia con la que siempre podemos contar”.

 

En la complejidad de las situaciones concretas, que a veces requieren la colaboración de las ciencias humanas, – concluyó – esta luz sobre el propio matrimonio es una parte esencial del camino de la reconciliación. “Así, la fragilidad, que siempre permanece y acompaña también a la vida conyugal, no llevará a la ruptura, gracias a la fuerza del Espíritu Santo”.

 

NOTA RELACIONADA.

El Papa en el Día de la Memoria: La fraternidad se construye erradicando el odio

El Papa Francisco, en el Día de la Memoria del Holocausto, lanza un tuit que se hace eco de las palabras que pronunció en la Audiencia General del pasado miércoles: el odio y la violencia alimentaron el horror del Holocausto.

 

Maria Milvia Morciano – Ciudad del Vaticano, 270123.

 

“El exterminio de millones de personas hebreas y de otras religiones no puede ser ni olvidado ni negado. No puede haber fraternidad sin arrancar primero las raíces de odio y de violencia que han alimentado el horror del Holocausto”.

 

Este es el tuit del Papa Francisco en el Día de la Memoria, establecido en 2005 para conmemorar a las víctimas del Holocausto.

 

En el ’45 el descubrimiento del horror

Es el 27 de enero de 1945, a las 8.00 horas, las tropas soviéticas entran en el campo de concentración de Auschwitz-Birkenau y lo liberan.  Unos 7.000 prisioneros fueron encontrados por los soldados del Ejército Rojo y entre ellos había muchos niños. Nos hicimos una idea de lo que ocurrió a partir de imágenes tomadas de documentales, fotos, películas. Las miradas vacías en los rostros huesudos de los que habían sobrevivido. Anonadados, agotados por el sufrimiento, el frío y el hambre, incapaces ahora de sentir alegría por la liberación. Cómo olvidar los montones de huesos sin nombre, de los asesinados y de aquellos identificables por un número en la muñeca. Restos humanos y objetos amontonados, ordenadamente dispuestos, como para crear un orden ajeno a la humanidad que se quería cancelar. Borrar el recuerdo de lo que habían sido, arrebatarles su dignidad.  “Si esto es un hombre” escribió Primo Levi, pues esto era la Shoah, el intento de eliminar toda dignidad de la persona humana, discriminada a través del odio y el racismo.

 

Recordar para no olvidar

Ante una evidencia tan abrumadora no se puede fingir que nunca ocurrió; ante tal atrocidad no se puede olvidar, como reiteró de nuevo el Papa en sus saludos durante la Audiencia General del pasado miércoles: “El recuerdo del exterminio de millones de judíos y de personas de otras confesiones no puede ser olvidado ni negado. No puede haber un compromiso constante para construir juntos la fraternidad sin haber disipado antes las raíces del odio y la violencia que alimentaron el horror del Holocausto”. Las palabras del Papa casi parecen hacerse eco de la amarga consideración expresada por la senadora Liliana Segre el 23 de enero en Milán, cuando habló del “peligro del olvido” y afirmó que “dentro de unos años habrá una línea en los libros de historia y luego ni eso”.

 

El Papa con Edith Bruck

El Papa Francisco dirigió estas palabras a Edith Bruck, escritora, poeta y ex deportada, con la que se reunió en varias ocasiones: “He venido aquí para agradecerle su testimonio y rendir homenaje al pueblo mártir de la locura del populismo nazi. Y con sinceridad le repito las palabras que pronuncié de corazón en Yad Vashem y que repito ante cada persona que, como usted, ha sufrido tanto a causa de esto: ‘¡Perdón, Señor, en nombre de la humanidad!'”.