Ley divina: Ni pena ni castigo; Misericordia que salva

La justicia de Dios no es pena ni castigo, sino misericordia que salva

Compartir las cargas de los demás, mirarse con compasión, ayudarse mutuamente, no dividir sino compartir: así es como los cristianos están llamados a ejercer la justicia en la Iglesia y en la sociedad. A la hora del Ángelus el Papa Francisco se refirió a la misión de Jesús: no condenar a los culpables, sino salvar a los pecadores y hacerlos justos.

 

Cecilia Seppia – Ciudad del Vaticano, 080123.

 

Cuántas veces hemos invocado y obtenido justicia contra un mal sufrido, un agravio recibido, una calumnia, un abuso de poder, pensando que quien obra mal debe pagar, es más, es justo que pague, tal vez con una sentencia establecida por un tribunal. Esta es quizás la justicia del hombre, pero ciertamente no la de Dios.

 

Desde la ventana de su estudio del Palacio Apostólico, en el día en que la Iglesia celebra la fiesta del Bautismo del Señor, Francisco se centró en este tema, iniciando su catequesis con la imagen “sorprendente” que propone el Evangelio de hoy, la de Jesús inclinando la cabeza a orillas del Jordán, para ser bautizado por Juan. Era un rito, el de ir al río a recibir el Bautismo, en el que la gente se arrepentía y se comprometía a convertirse con humildad y un corazón transparente. ¿Pero cuál fue el motivo que impulsó a Cristo a humillarse?

 

“Al ver a Jesús que se mezcla con los pecadores, uno se asombra y se pregunta: ¿Por qué Él, el Santo de Dios, el Hijo de Dios sin pecado, hizo esta elección? Encontramos la respuesta en las palabras de Jesús a Juan: ‘Déjalo por ahora, pues conviene que cumplamos toda justicia’”

 

La justicia que proviene del amor

¿Qué significa cumplir toda justicia? Lo preguntó el Papa mientras explicaba que, al ser bautizado, Jesús quiso revelarnos en qué consiste la justicia que Dios vino a traer al mundo. Nada que ver con la idea estrecha y meramente humana de “quien se equivoca, paga”. La justicia de Dios, dijo Francisco, es mucho mayor: “No tiene como fin la condena del culpable, sino su salvación y renacimiento”, la voluntad de hacer justo incluso al más obstinado de los pecadores.

 

Es una justicia que nace del amor, de esas entrañas de compasión y misericordia que son el corazón mismo de Dios, el Padre que se conmueve cuando nos oprime el mal y caemos bajo el peso del pecado y de la fragilidad.

 

“La justicia de Dios, por tanto, no quiere distribuir penas y castigos, sino que, como afirma el apóstol Pablo, consiste en hacer justos a sus hijos, liberándonos de las asechanzas del mal, curándonos, levantándonos”

 

Sólo la misericordia salva

Salvar a todos los pecadores, cargar sobre sus hombros el pecado del mundo entero: he aquí, pues, el sentido de ese gesto perturbador que Jesús hace a orillas del Jordán y que deja estupefacto al propio Juan, he aquí la justicia que vino a cumplir.

 

“Él nos muestra que la verdadera justicia de Dios es la misericordia que salva, el amor que comparte nuestra condición humana, se hace cercano, comprensivo con nuestro dolor, entrando en nuestras tinieblas para traer la luz”

 

Francisco citó además a su predecesor, Benedicto XVI, cuyo funeral celebró el pasado 5 de enero, para subrayar la profundidad y la amplitud de esta redención que Dios concede a todos, sin distinción, y que lo lleva a descender él mismo “hasta el fondo del abismo de la muerte, para que todo hombre, incluso el que ha caído tan bajo que ya no ve el cielo, encuentre la mano de Dios a la que asirse” (homilía del 13 de enero de 2008).

 

No dividir sino compartir

La tarea más difícil para los cristianos, concluyó el Santo Padre, es precisamente la de ejercer así la justicia no sólo en la Iglesia, sino también en la sociedad, en la vida cotidiana, en las relaciones con los demás. ¿Cómo se consigue? Ciertamente no chismorreando sobre los hermanos, acusando, parloteando, porque parlotear divide, es un arma letal.

 

“No con la dureza de quien juzga y condena dividiendo a las personas en buenos y malos, sino con la misericordia de quien acoge compartiendo las heridas y las fragilidades de las hermanas y los hermanos, para levantarlos. Me gustaría decirlo así: no dividir, sino compartir”

 

No dividir, sino compartir. Hagamos como Jesús: compartamos, llevemos las cargas unos de otros, en lugar de hablar mal y dividir, mirémonos con compasión, ayudémonos. Preguntémonos: Yo ¿divido o comparto? ¿Soy discípulo del amor o del chismorreo? El chismorreo es un arma letal.

 

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“Recemos por las mamás ucranianas y rusas que perdieron a sus hijos”

A la hora del Ángelus, el Papa Francisco pidió que no se olviden a los hermanos y a las hermanas de Ucrania que “sufren tanto” y han pasado una “Navidad en guerra, sin luz, sin calor”. También dirigió sus pensamientos a las numerosas mujeres que lloran a sus hijos, muertos en estos meses de conflicto: “Éste es el precio de la guerra”

Salvatore Cernuzio – Ciudad del Vaticano, 080123.

 

“Que sean ucranianas, o que sean rusas”, el pensamiento del Papa a la hora del Ángelus se dirigió a las mamás, a todas las madres, que han perdido a sus hijos en esta brutal guerra que dura ya más de 319 días en Europa del Este.

 

El dolor une a todos

El dolor no tiene distinción, sino que une a todos. Y Francisco, desde la ventana de su estudio del Palacio Apostólico, se hizo su portavoz, pidiendo a los fieles reunidos a mediodía en la Plaza de San Pedro que no olviden a los hermanos y de las hermanas de Ucrania, que está siendo agredida desde el pasado 24 de febrero.

 

“Sufren tanto por la guerra, esta Navidad en guerra, sin luz, sin calor… ¡Sufren tanto! Por favor, no los olvidemos”

 

Un pensamiento para las mamás

El Papa fijó su mirada en el pesebre, en particular en la Virgen “que lleva al niño, que lo amamanta”. Y así, esa imagen plástica recuerda las imágenes vivas, impregnadas de dolor y difundidas mundialmente por los medios de comunicación, de tantas mujeres que ya no tienen la posibilidad de tener a sus hijos cerca.

 

Pienso en las madres de las víctimas de la guerra de los soldados que cayeron en esta guerra en Ucrania. Las madres ucranianas y las rusas, ambas perdieron a sus hijos.

 

“Recemos”

“¡Éste es el precio de la guerra!”, dijo el Papa. “Recemos – exhortó – por las mamás que han perdido a sus hijos soldados. Que sean ucranianas, o que sean rusas”.