Formado en un seminario neocatecumenal, es un gran defensor de la vida y la familia
Javier del Río, de una vida ajena a Dios a arzobispo: una voz firme contra las ideologías mundanas
Javier Lozano. ReL, 11 abril 2022.
Monseñor Javier del Río (1957) es uno de los pesos pesados del episcopado peruano. El arzobispo de Arequipa, diócesis con más de un millón de católicos, se ordenó sacerdote en un seminario misionero vinculado al Camino Neocatecumenal aunque no siempre estuvo en la Iglesia. Durante más de una década vivió alejado de Dios, lo que le llevó a experimentar una grave crisis existencial.
Pero justo en ese momento llegó a su vida Juan Pablo II, que estaba de visita en Perú, siendo el ahora santo el instrumento para su fulgurante conversión y posterior vocación al sacerdocio. Primero como obispo auxiliar de Callao y posteriormente ya como arzobispo de Arequipa, Javier del Río siempre ha estado en el ojo del huracán por hablar de manera clara y contundente. “No podría vivir tranquilo si me quedara callado”, asegura.
Es uno de los grandes oponentes a la ideología de género y su nombre ha llenado los medios de comunicación peruanos e internacionales por recordar que un católico no puede votar a candidatos que apoyen el aborto o el matrimonio homosexual pues “no sería un pastor si no alertase a las ovejas ante la presencia del lobo”.
En una entrevista con Religión en Libertad, el arzobispo habla desde su vocación, y de cómo llegar a los alejados, él que lo fue, así como de las nuevas ideologías que acechan a la Iglesia y a los católicos:
– ¿Quién es Javier del Río? ¿Cómo conoció a Dios?
– Soy un pobre pecador alcanzado por la misericordia de Dios que es infinita. Provengo de una familia católica, por lo que fui educado en la religión católica desde pequeño, tanto en casa como en el colegio La Salle en el que pasé toda la etapa escolar. No obstante ello, al ingresar a la universidad para estudiar Derecho fui perdiendo la fe, atraído inicialmente por la lectura de los filósofos existencialistas ateos y, después, por el materialismo consumista. En poco tiempo pasé a ser, en la práctica, un agnóstico.
– Y, ¿cuándo llegó su conversión?
– Durante doce años estuve fuera de la Iglesia, hasta que el Papa san Juan Pablo II visitó el Perú. Por esa época pasaba una fortísima crisis existencial y ver, por pura casualidad, al Papa en la televisión, me hizo caer en la cuenta que la verdadera felicidad existe en este mundo. Vi en el Papa a un hombre plenamente feliz y me di cuenta que la felicidad que tanto había buscado la podía encontrar en la Iglesia.
– ¿Cómo fue su llamada al sacerdocio?
– Inmediatamente después de ese encuentro “televisivo” con el Papa, volví a la Iglesia. A los pocos días participé en un encuentro del Camino Neocatecumenal, al que asistieron varios obispos y miles de personas. Kiko Argüello habló sobre el presbiterado e hizo una “llamada vocacional”. En ese instante me di cuenta que Dios me llamaba a ser presbítero. Rebrotó así la vocación que había sentido fuertemente en mi niñez pero que se había como diluido al comenzar la adolescencia. No lo pensé mucho, porque lo tuve muy claro, y comencé a frecuentar el centro vocacional. De ahí vino el Seminario. Me puse en manos de la Iglesia y ella hizo todo lo demás.
– En muchas ocasiones, los católicos consideramos a los sacerdotes y obispos como una especie de “superhombres” que no sufren y que deben estar siempre a nuestro servicio. Pero muchos confiesan que sienten soledad y que lo pasan mal. ¿Usted ha pasado por esto? ¿Cómo se puede ayudar a sus sacerdotes?
– El sufrimiento es parte de la vida humana y lo experimentamos todos. Pero una cosa es el sufrimiento que se deriva del pecado, que lleva a la muerte, y muy distinto es el sufrimiento por hacer la voluntad de Dios, que es siempre fuente de vida.
En mi caso, he experimentado ambos sufrimientos y, desde luego, me quedo con el segundo que, aunque pocos lo entiendan, realmente es estupendo porque nos permite participar en el misterio pascual del Señor, ese paso de la muerte a la vida.
En este contexto, debo decir que en mis 25 años de sacerdote, 12 de ellos como obispo, jamás he sentido soledad ni me he arrepentido, siquiera por un segundo, de haber acogido la llamada de Dios a ser cristiano, presbítero y ahora obispo. Desde esa experiencia, puedo decir que lo mejor que todos podemos hacer por los sacerdotes es ayudarlos a tener siempre a Jesucristo como el centro de su vida: en la Eucaristía, la oración y el servicio desinteresado al prójimo. Cuando Dios está con uno, no se siente soledad ni hay lugar para la tristeza.
– A grandes rasgos, ¿cómo ve la salud de la Iglesia en Latinoamérica? Los grupos protestantes avanzan, la secularización se nota, el populismo… ¿Cuáles deben ser las prioridades?
– Estoy convencido de que en Latinoamérica se dio una verdadera evangelización, aun cuando en ciertos sectores o lugares no se llegó a extirpar del todo cierta mentalidad pre-cristiana que se necesita todavía purificar. Creo que la religiosidad popular, que es otra cosa, es una de nuestras principales fortalezas y conforma el humus desde el cual debemos terminar de introducir, de una vez por todas, la nueva evangelización a la que nos convocó Juan Pablo II y nos han seguido llamando sus sucesores.
El pueblo latinoamericano es mayoritariamente católico y, si bien no es inmune al secularismo y a otras corrientes que golpean fuertemente nuestra fe, la gente sencilla las resiste bastante bien todavía.
No debemos, sin embargo, quedarnos ahí. Es urgente entrar en ese proceso de conversión pastoral al que nos llamaron los obispos en Aparecida y que a mi entender va en perfecta consonancia con las pautas que san Juan Pablo II nos dejó en la Novo millennio ineunte, Benedicto XVI nos dio de modo especial durante el Año de la Fe y Francisco ha expuesto en la Evangelii gaudium: recomenzar desde Cristo, recuperar la primacía de la gracia, redescubrir la potencia de la Palabra de Dios y de los sacramentos, formar comunidades cristianas a partir de una seria iniciación en la fe, en las cuales el seguimiento de Cristo sea un discipulado misionero. Llevar a los hombres y mujeres de nuestro tiempo, tantas veces consumidos por la tristeza producto de las idolatrías de este mundo, al encuentro de Cristo. Esa es nuestra gran tarea: comunicar el gozo del Evangelio.
– Desde la perspectiva que le da estar en el Perú, ¿cómo ve usted Europa en estos momentos? Tanto desde una perspectiva social como religiosa.
– Siento mucha pena y dolor por Europa en general. Su envejecimiento, que es consecuencia de vivir de espaldas a Dios y renegar de sus raíces cristianas, tiene lamentables consecuencias en la vida social: familias destruidas, ancianos abandonados, altos índices de suicidios juveniles, millones de abortos y miles de eutanasias y suicidios asistidos, son signos externos de la corrupción del ser profundo de multitudes de personas que han perdido el sentido de la vida.
En esa misma Europa, sin embargo, siguen surgiendo, aunque no todas sean muy visibles todavía, comunidades cristianas vivas, en las que se transmite la fe a los hijos, brotan vocaciones al matrimonio, la vida consagrada o el sacerdocio, y se tiene un fuerte impulso misionero. Hay que destacar también el movimiento pro-vida y pro-familia y que se va recuperando, poco a poco, la visibilidad de los católicos en la vida pública.
– Usted ha alzado la voz en numerosas ocasiones acerca de la ideología de género, el aborto y otras cuestiones polémicas por las que ha sido insultado y duramente criticado. ¿No sería más fácil para usted no levantar mucho la voz y no molestar al mundo?
– Al contrario. No podría vivir tranquilo si me quedara callado, porque estaría traicionando el ministerio que me ha sido confiado y a Aquel que me lo confió. No sería un pastor si no alertase a las ovejas ante la presencia del lobo y sólo sería un asalariado si las abandonara y huyera para no tener problemas (cfr. Jn 10,11-13).
La llamada que me hizo Jesucristo no fue a una vida fácil y cómoda. Al contrario, desde el Evangelio ha sido siempre muy claro: “el mundo os odiará” (cfr. Mt 10,22ss). Ser insultado, calumniado y criticado a causa del Evangelio es un honor que no merezco y por el cual le doy gracias a Dios de todo corazón.
– La ideología de género se ha convertido en una de las grandes dictaduras de este siglo…
– Como hace un tiempo contó el Papa Francisco que se lo dijo el Papa Benedicto, la ideología de género es el gran pecado del hombre contra su Creador. El hombre que no acepta ser criatura hecha por otro sino que quiere crearse a sí mismo. No sólo quiere decidir lo que está bien o está mal, sino que pretende negar por completo su propia naturaleza.
Como toda ideología, sin embargo, carece de fundamento científico y sólo puede imponerse por la fuerza de los que detentan el poder temporal, sea en la política, la economía, la academia, ciertos organismos internacionales, etc. Como ha dicho el Papa Francisco, es una “colonización ideológica” que hace mucho daño a la sociedad y es una maldad querer inculcarla a los niños en las escuelas. No me queda duda de que detrás de todo eso está el demonio, aunque estoy seguro de que la mayoría de sus seguidores no lo saben ni se dan cuenta.
– Otra dictadura actual y que tiene relación con la anterior pregunta es la “corrección política”, ¿se está extendiendo este virus también en la Iglesia?
– La Iglesia es santa y, justamente por eso, puede abrazar a todos en su seno: santos y pecadores. La denominada “corrección política” no tiene que ver con la santidad de la Iglesia, pero puede afectar a no pocos de sus hijos, inclusive en la jerarquía. Todos debemos estar atentos a no dejarnos engañar por quienes nos quieren hacer creer que ese es el modo en que la Iglesia puede cumplir mejor su misión en el mundo contemporáneo. Como dijo Jesús: “sea vuestro lenguaje sí, sí, no, no. Lo que pasa de ahí viene del maligno” (Mt 5,37).
– La familia está siendo atacada como no lo ha sido jamás, ¿está la debilidad de la familia relacionada con la secularización y la pérdida de valores que se da hoy?
– Sin duda. Las estadísticas ponen de manifiesto que en la medida en que el hombre se aleja de Dios, se aleja también del prójimo y queda encerrado en la cárcel de su propio yo y sus antojos. Si sólo tengo una vida y no hay quien me la regenere constantemente, no la puedo dar por los demás: el esposo, la esposa, los hijos, la sociedad. La crisis de la familia es una consecuencia de la crisis de fe. Asimismo, si no hay un fundamento sólido y trascendente, los valores sucumben y se pueden negociar en función a los propios intereses del momento.
– Al menos en Europa, sólo una minoría de los que se definen católicos aceptan y cumplen las enseñanzas de la Iglesia, ¿qué ha hecho mal la Iglesia? ¿Cómo cambiar esta situación?
– Dios nos ha dado el libre albedrío. Ni siquiera Él nos obliga a obedecerle. ¿Cómo la Iglesia va a obligar a que la obedezcan? La misión de la Iglesia es anunciar el Evangelio y las verdades que de él se derivan, hacerlos presentes a través de la liturgia y creíbles mediante el testimonio de vida. Hasta ahí llegamos nosotros. A partir de ahí están la obra del Espíritu Santo y la respuesta que el hombre le quiera dar. En la medida en que seamos fieles a nuestra misión de comunicar la alegría del Evangelio, facilitaremos esa respuesta del hombre, aunque tarde en llegar.
– Usted se formó en un seminario misionero, ¿cómo se puede llegar de verdad a los alejados, especialmente a la mayoría de jóvenes que ya no cree?
– La experiencia me dice que los jóvenes son estupendos y que, al menos en la gran mayoría de ellos, hay una sed de verdad, de libertad y de amor, es decir una verdadera sed de Jesucristo y de vida eterna, aunque ellos mismos no sean conscientes o hasta lo puedan negar. El mejor modo de llegar a ellos es amándolos como el Señor nos ama: gratuitamente.
– ¿No debería ser la nueva evangelización la gran prioridad de la Iglesia? ¿Qué propone usted y qué iniciativas está aplicando en Arequipa?
– En efecto, como antes he dicho, estoy convencido de que la nueva evangelización es la gran misión de la Iglesia en este tercer milenio de la era cristiana. La nueva evangelización incluye, especialmente, tres aspectos: 1) la renovación teológica, cuyo núcleo es la eclesiología de comunión; 2) la renovación litúrgica, cuyo centro debe ser el misterio pascual de Cristo; 3) el impulso misionero de las comunidades que de ellas brotan y que lanza a sus miembros a hacer presente el amor de Dios a todos los hombres, hasta el amor al enemigo.
En Arequipa, que es una Iglesia viva y dinámica, estamos seriamente dedicados a los dos primeros aspectos y vemos que en la medida en que se dan va surgiendo el tercero como un fruto.
– Fue ordenado obispo por San Juan Pablo II, enviado a Arequipa por Benedicto XVI y ahora estamos en el Pontificado de Francisco, primer Papa americano. ¿Qué le han aportado estos tres Pontífices y qué cualidad destacaría de cada uno de ellos?
– Ciertamente cada uno me ha aportado algo. Gracias a san Juan Pablo II volví a la Iglesia, surgió en mí el deseo de ser santo y descubrí la gran novedad del Concilio Vaticano II a través de su vasto magisterio. De Benedicto XVI lo que más me ha impactado siempre es su sabiduría cristiana, su humildad, su ternura y la clarividencia con la que supo continuar el magisterio de su predecesor y guiarnos a la esencia del mismo a través de su magisterio sobre la fe, la esperanza y la caridad (las tres virtudes teologales que son la síntesis de la vida cristiana).
El Papa Francisco, por su parte, me está ayudando mucho a concretizar todas esas enseñanzas y ejemplos en la vida cotidiana, especialmente en relación con los más pobres y los descartados. Creo que en la sucesión de estos tres pontífices hay un maravilloso diseño de Dios para la Iglesia.
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Entrevista publicada originariamente en ReL en septiembre de 2017.