Nuestra época tiene «características únicas», dice el autor de la trilogía del padre Elías
Michael O’Brien, sobre el tiempo del Anticristo: «La Iglesia sufre la peor apostasía de su historia»
ReL.04 noviembre 2021.
¿Cómo será el Anticristo? El pintor y escritor canadiense Michael O’Brien creó hace años un personaje que tenía la misión de averiguarlo y que ya es un clásico de la novela apocalíptica: el padre Elías, protagonista de la trilogía bestseller, traducida a varios idiomas, que forman El padre Elías, El librero de Varsovia y El Padre Elías en Jerusalén.
El padre Elías es un monje, judío converso al catolicismo, a quien el Papa encarga conocer personalmente a un político célebre en todo el mundo de quien sospecha podría ser esa figura enigmática que según la Escrituras prefigura los últimos tiempos.
Las consideraciones de aquella saga, enriquecidas con la experiencia de los casi veinte años transcurridos desde su publicación, y ante las inquietudes que suscita la situación mundial, marcan el nuevo acercamiento de O’Brien al tema en un artículo publicado en la revista mensual de apologética Il Timone:
Hipótesis sobre el Anticristo
Nuestros tiempos manifiestan características únicas, comprensibles solo a la luz de los profetas Daniel, Isaías, Ezequiel, Sofonías, Malaquías y los pasajes escatológicos del Nuevo Testamento, en especial las advertencias de Cristo en los Evangelios de Mateo y Lucas y la gran visión del libro del Apocalipsis.
Nos dirigimos a gran velocidad hacia una situación que era impensable que se verificara hasta nuestra época, a saber: una mezcla de comunicaciones instantáneas universales con su potencial de adoctrinamiento y control mental y de capacidad de gobernanza global. Al mismo tiempo, la Iglesia, que se erige como el único baluarte contra todo lo que es antihumano, sufre la peor apostasía de toda su historia.
En cada época, el espíritu contrario a Cristo actúa contra la soberanía de Dios. Ha estado con nosotros desde el principio. San Juan nos recuerda que “muchos anticristos han aparecido” (1 Jn 2,18) y “¿quién es el mentiroso sino el que niega que Jesús es el Cristo? Ese es el anticristo, el que niega al Padre y al Hijo” (1 Jn 2,22). La revelación divina nos advierte de que llegará un periodo crucial en la historia en la que el espíritu del Anticristo se difundirá en todo el mundo y que, cuando haya llegado al ápice de su influencia, se encarnará en una persona que la Escritura llama “el hombre de la iniquidad”, “el Hijo de la Perdición”, “el Impío”, “el Anticristo” y ” la Bestia”.
Pero ¿quién es este hombre? ¿Cómo será y cómo sabremos cuándo llegará? Son preguntas bastantes naturales, porque una crisis de este alcance provoca curiosidad y miedo, además de nuestro deseo instintivo de evitarla o sobrevivir a la misma. Con demasiada facilidad la mente va a ciegas intentando analizar y llegando a conclusiones precipitadas. Queremos saber si el Anticristo será un militarista o un pacifista, un nacionalista o un globalista, si tendrá un aspecto horrible o una apariencia plácida, si será ateo o religioso. Queremos saber de dónde vendrá y qué movimiento o programa político concreto propondrá. Tenemos sed de conocimiento, porque presumimos erróneamente que el conocimiento nos salvará.
Una figura persuasiva y biempensante
La Sagrada Escritura y la sabiduría de los Padres de la Iglesia nos han dado lo que necesitamos para ponernos en guardia sobre la realidad de la prueba inminente y para exhortarnos a aumentar la fe y la esperanza. No nos dan “soluciones” neognósticas. En principio, esto es lo que nos dicen: cuando aparezca como presencia visible en la escena mundial, el Anticristo no parecerá un monstruo. Será un hombre, ni más ni menos, pero será un hombre poseído y controlado por Satanás. A los ojos humanos incluso podría parecer como lo mejor de la naturaleza humana: inteligente, razonable, benévolo, dedicado al “bien común”. Durante un periodo de confusión y terror, garantizará unidad y esperanza.
Prometerá paz al mundo e incluso podría conseguir establecerla durante un breve periodo de tiempo. A través de su agente, el “falso profeta”, realizará signos y prodigios ilusorios. Sin embargo, cuando este hombre haya alcanzado la totalidad del poder mundial, su verdadera naturaleza saldrá a la luz y en ese momento iniciará una persecución sin precedentes a los seguidores de Cristo: “Y se llenó de ira el dragón contra la mujer, y se fue a hacer la guerra al resto de su descendencia, los que guardan los mandamientos de Dios y mantienen el testimonio de Jesús” (Ap 12,17; cf. también con el Catecismo de la Iglesia católica 675-677). No obstante, antes de que se verifique este escenario, el maligno preparará a la humanidad para que le acoja. Actualmente hay en marcha en el mundo grandes fuerzas hostiles al cristianismo, que probablemente tendrán un papel en la subida al poder del Anticristo final y definitivo.
Para alcanzar su objetivo desestabilizará aún más la civilización, creando las condiciones exteriores y un cosmos psicológico interior capaz de preparar a la humanidad para un nuevo “mesías”. Esto se llevará a cabo a través de múltiples combinaciones de desgaste y ataque frontal total, seduciéndonos con mentiras, halagos y una propaganda incesante, obligándonos con la poderosa arma del miedo y la revolución social continua que debilita nuestra resistencia, derribando las bases morales de la civilización.
Hace siglos que se está preparando el terreno a través de la revolución ideológica y social, que incluye el nuevo materialismo que impera, no solo en el ex Occidente cristiano, sino también en el mundo entero. Nuestro materialismo atañe fundamentalmente al ego, al individuo a la deriva en el cosmos, que no debe rendir cuentas a nadie más que a sí mismo y cuyo propósito es perseguir su bienestar, sus placeres, su seguridad personal a toda costa porque los considera parte integrante de su identidad. Podríamos definirla como una dependencia del relativismo moral.
Esclavos del espíritu del mundo
El espíritu del Anticristo es la exaltación de una criatura por encima de la autoridad de Dios. Pocas personas devotas de su ego -o ninguna de ellas- aceptaría la idea de servir a este espíritu diabólico, pero la verdad es que quien niega que Jesús es el Señor de la vida se vuelve vulnerable al Zeitgeist, el “Espíritu del tiempo”, el spiritus mundi, el espíritu del mundo. Y puesto que este espíritu está cada vez más dominado por las ideas del Anticristo, el ego soberano haría bien en mirar más allá de los límites de su pequeño reino para no encontrarse un día, sin saber cómo, esclavo. Porque el hombre se convierte con demasiada facilidad en esclavo de los impulsos de su naturaleza caída, de su orgullo y su subjetividad y, por último, de las manipulaciones por parte de fuerzas que van más allá de su comprensión.
Las Escrituras advierten con gran empeño que la esclavitud del pecado acaba, no solo en la ceguera moral y en la muerte, sino también en la sumisión definitiva a Satanás si no hay arrepentimiento. Si ya no hay un orden moral absoluto, si no existe ningún conjunto de absolutos que estén fuera de la subjetividad del hombre ni ninguna medida inquebrantable del bien y del mal con la que medir la integridad o la injusticia de las acciones personales, de los actos nacionales e internacionales, ¿qué se puede oponer a los poderosos gobernantes que simplemente remodelan a la humanidad según sus caprichos y teorías? ¿Qué podría impedir la clasificación de una parte de la humanidad como menos humana que otra y, por ende, indigna de vivir? Ya ha sucedido, y el aborto y la eutanasia son dos claros ejemplos de ello. Sabemos que estos actos son una grave equivocación y, sin embargo, se han normalizado en el mundo que nos rodea. Aunque seguimos resistiendo, nuestra conciencia ha absorbido la institucionalización del mal en toda nuestra sociedad como un hecho común.
El suyo será un totalitarismo suave
Todo esto nos obliga a hacer otra reflexión: el reino del Anticristo solo se puede alcanzar a través de una forma de totalitarismo universal. No obstante, no debemos suponer que el totalitarismo no sea más que una dictadura política. De hecho, puede asumir formas distintas a la brutal supresión de los derechos civiles. Puede ser descarado como la distopía descrita por Orwell en 1984. O puede ser sutil como en Un mundo feliz de Huxley. Tal vez la más insidiosa y, en definitiva, más destructiva, sería la que lleva a cabo un control omnipresente, irresistible y de perfil bajo, en el que nada será para el ciudadano común particularmente injusto.
El filósofo Josef Pieper observa que esta es la forma más peligrosa de totalitarismo, una forma imposible de subvertir puesto que siempre puede afirmar que no es en realidad lo que es.
Sin embargo, si quisiéramos comprender nuestra época con algo de coherencia, deberíamos reconocer que cada sistema totalitario, desde la brutal tiranía al control apacible y absoluto, tiene estos rasgos en común:
1.- el rechazo de los absolutos morales vinculantes establecidos por un Ser trascendente;
2.- la minimización o negación del valor absoluto de la vida humana;
3.- la elevación del Estado, maligno y al mismo tiempo aparentemente benigno, como árbitro final del bien y del mal;
4.- la violación de la conciencia personal impuesta por el Estado.
En teoría podríamos estar de acuerdo con que lo que se acaba de decir es verdad, pero luego rechazaríamos la idea de que algo tan catastrófico como el totalitarismo podría sucedernos a nosotros, con nuestras economías productivas y nuestras tutelas democráticas. Entonces ¿cuál sería la lectura correcta de nuestra época? En el Evangelio de Mateo, Jesús dice: “Por eso, estad también vosotros preparados, porque a la hora que menos penséis viene el Hijo del hombre” (Mt 24,44).
Un reino breve
Este diálogo con los apóstoles se repite en el Evangelio de Lucas, con algunas palabras más por parte de Cristo, que empieza hablando de su vuelta gloriosa después de los desórdenes que vendrán: “Pues como el fulgor del relámpago brilla de un extremo al otro del cielo, así será el Hijo del hombre en su día. Pero primero es necesario que padezca mucho y sea reprobado por esta generación” (Lc 17,24-25). Aquí Jesús ofrece una visión multidimensional, que transciende una cronología puramente lineal. Habla tanto del aproximarse de la destrucción de Jerusalén como de la tribulación final que llegará en un futuro lejano (cf. Mt 24,9-14).
Meditación de Michael O’Brien sobre los Novísimos: Muerte, Juicio, Infierno y Gloria.
Contemplando hasta el final de los siglos, Cristo advierte: “Como sucedió en los días de Noé, así será también en los días del Hijo del hombre: comían, bebían, se casaban los hombres y las mujeres tomaban esposo, hasta el día en que Noé entró en el arca; entonces llegó el diluvio y acabó con todos. Asimismo, como sucedió en los días de Lot: comían, bebían, compraban, vendían, sembraban, construían; pero el día que Lot salió de Sodoma, llovió fuego y azufre del cielo y acabó con todos. Así sucederá el día que se revele el Hijo del hombre. Aquel día, el que esté en la azotea y tenga sus cosas en casa no baje a recogerlas; igualmente, el que esté en el campo, no vuelva atrás. Acordaos de la mujer de Lot. El que pretenda guardar su vida, la perderá; y el que la pierda, la recobrará” (Lc 17,26-33).
En otras palabras, quien intente conservar su vida únicamente a través de estrategias humanas, la perderá; quien, en cambio, pierda la vida por fidelidad a Cristo la conservará hasta la eternidad. Lo que siempre debemos recordar es que el reino del Anticristo será breve: según el profeta Daniel y San Juan durará tres años y medio, y al final de este periodo “se manifestará el impío, a quien el Señor Jesús destruirá con el soplo de su boca y aniquilará con su venida majestuosa” (2 Te 2,8; cf. Ap 19,19-20).
Hacia la venida de Cristo
La victoria de Cristo es el primer y último tema del libro del Apocalipsis y, de este modo, debe ser también la primera y última palabra de nuestra propia vida. No estamos solos, no hemos sido abandonados a la maldad de los poderes oscuros y las energías salvajes de sus agentes humanos. Jesucristo es el Señor de la historia y es Aquel al que tenemos que dirigirnos mientras atravesamos una época oscura. Y debemos hacerlo como niños, con el espíritu del hijo aferrado a la mano de su padre.
Independientemente del hecho de que se nos concedan otros mil años de historia, o cien, o un decenio, o incluso solo un puñado de años, la verdad sigue siendo la misma: “En verdad os digo que, si no os convertís y os hacéis como niños, no entraréis en el reino de los cielos” (Mt 18,3).
Este es el verdadero “manual de supervivencia” para el apocalipsis; esta es la base espiritual de las enseñanzas de nuestro Salvador sobre lo que debemos hacer y dónde debemos estar, espiritual y mentalmente, mientras atravesamos tiempos oscuros. El Señor siempre está listo para abrazarnos, alimentarnos, protegernos y guiarnos si nos dirigimos continuamente a Él y respondemos a las gracias que desea ofrecernos, incluidas las gracias especiales que necesitaremos en los tiempos que vendrán. Sabremos lo que necesitamos saber cuando necesitemos saberlo. El libro del Apocalipsis alcanza el culmen con las últimas palabras de Cristo: “Sí, vengo pronto”.
Las Sagradas Escrituras termina con la respuesta de San Juan, que con su voz grita con toda la Iglesia: “¡Ven, Señor Jesús!”.
Traducido por Elena Faccia Serrano.
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