La Consumación de la Independencia: una tarea permanente: CEM. (II)

Mensaje de los obispos mexicanos con motivo del Bicentenario de la Consumación de la Independencia de México

 

(Segunda y última parte)

 

De modo que el Plan propuesto en Iguala y confirmado en Córdoba vino a reiterar la salvaguarda de la religión proclamada desde Hidalgo, así como a sumar y jamás a desconocer, ni el legado insurgente ni el del constitucionalismo moderno, particularmente del hispánico5. De aquí la relativa facilidad y rapidez con que se llevó a cabo su programa político y social -siete escasos meses- apoyado por prácticamente todos los grupos que conformaban la variopinta sociedad de entonces: indígenas, criollos, castas y peninsulares; eclesiásticos y militares, comerciantes y funcionarios; ciudades, villas y pueblos; letrados y universitarios, corporaciones y gobernantes, quienes coincidieron en el deseo de paz y de independencia.

Y si el autor de este proyecto fue el militar criollo D. Agustín de Iturbide, personaje cuestionado posteriormente por la historiografía republicana, muy pronto contó con el apoyo inicial del mulato D. Vicente Guerrero y del indígena D. Pedro Asencio, insurgentes ambos, y, posteriormente, del político español D. Juan O’Donojú, simbolizando los cuatro, la unidad propuesta y deseada por este modo de ser libres que no hizo ninguna diferencia entre los habitantes del nuevo Estado por razón de su origen racial o geográfico, y a quienes prometió la igualdad civil desconocida en el texto constitucional español.

Sería injusto limitar el reconocimiento a estos personajes. Muchos más, de uno y otro bando, incluso españoles, se sumaron con entusiasmo al proyecto de Iguala: Nicolás Bravo, Ignacio Rayón, Andrés Quintana Roo, Juan Francisco de Azcárate, Severo Maldonado, Pedro Celestino Negrete, Manuel de la Bárcena, y otros que merecen la gratitud de todos los mexicanos de hoy y de siempre. De la Bárcena, clérigo español, gobernador del obispado de Michoacán, inclusive expondría las razones que justificaban y hacían necesaria la independencia mexicana precisamente en «defensa» de lo que ya consideraba «mi patria»6.

La Consumación, sin embargo, ha de entenderse más como una obra colectiva del pueblo mexicano en búsqueda de su independencia, de su unidad, de su igualdad, de su constitución y de la paz, que como resultado de una acción individual.

La unidad prometida aseguró que, en adelante, nadie se vería en riesgo de perder sus vidas y haciendas. Camino este que explica la relativa facilidad con que se consumó la independencia de la Nueva España, la de la Nueva Galicia, la de las Comandancias de Provincias Internas de Oriente y de Occidente, y la de la Capitanía General de Yucatán, porciones de ese antiguo virreinato que se encontraba en pleno proceso de desmembración y que ahora acogieron el llamado para reunirse nuevamente y dar paso a la formación de un nuevo Estado, con el nombre de Imperio Mexicano, al cual se añadiría la Capitanía General de Guatemala hasta conformar un territorio de cuatro  y medio millones de kilómetros cuadrados aproximadamente7.

Este proyecto convocó incluso a todas las autoridades españolas, desde el monarca y las Cortes, hasta las diputaciones y ayuntamientos, quienes de haberlo acogido hubieran evitado los últimos movimientos armados de la lucha por la independencia de México8. No fue así, por desgracia, y hubo de vencer la postrera resistencia realista, primero con las armas, y después, gracias a la acción diplomática del último Jefe Político novohispano, para felizmente poder declarar la Independencia de México el 28 de septiembre de 1821, bajo las bases y acuerdos indicados9.

Si bien la Iglesia novohispana, entendida como el conjunto de bautizados; sus fieles, religiosas, religiosos, clérigos y jerarquía; se sumó y colaboró decididamente en este proceso, cabe reconocer que, una facción minoritaria de jerarcas, de origen peninsular, no estuvo de acuerdo, anteponiendo su fidelidad al monarca español por encima de sus deberes pastorales, como expresión tardía de la prolongada sumisión que la Iglesia le había profesado siglos atrás.

Por otra parte, no obstante que el movimiento insurgente fue rechazado por el Papa Pío VII en 1816, quien lo señaló como una sedición contra la autoridad constituida, debido a que la información que el pontífice recibía, sobre las insurgencias de América, pasaba como era de suponerse, por el filtro de la Corona española, la cual impedía la comunicación directa de los caudillos con las autoridades romanas. Y a pesar de que el reconocimiento de la independencia, por parte del Papa, también se vio mediatizado por las presiones constantes de Fernando VII en el marco de la llamada Santa Alianza, felizmente se otorgó en diciembre de 1836. 

  • Una historia que nos llama a la unidad en la reconciliación

La forma inteligente, oportuna, eficaz, realista y prudente con que se consiguió la consumación de nuestra independencia, mediante este modo de ser libres, debe alentarnos hoy a todos para esforzarnos en el camino de la unidad, del acuerdo, de la paz, del respeto a la Constitución, y de la igualdad. Es la gran lección que debemos aprender del proceso culminado hace precisamente 200 años. Días verdaderamente felices los del 27 y 28 de septiembre de 1821 por demostrar cuánto pudieron hacer los mexicanos de todo origen, cuando se pusieron de acuerdo, obraron en unidad y prescindieron de las armas para resolver sus conflictos.

¿Qué nos dice hoy la Consumación de nuestra Independencia?, ¿qué nos enseña su modo de hacerla? Tal vez sea conveniente, para contestar estas interrogantes, recuperar los colores de nuestra bandera que significaron originalmente las Tres Garantías: el verde la Independencia, el blanco la Religión y el rojo la Unión. Dichas garantías representan los pilares sobre los que se construyó inicialmente la Nación, pero algo ha cambiado desde entonces. Si bien nadie objetará nuestra absoluta independencia como Estado soberano, tampoco la unión y la igualdad civil entre sus habitantes, ni la necesidad de una Constitución propia que a la vez que acote al poder público, reconozca y garantice los derechos humanos -todo esto legado de insurgentes y trigarantes- es cierto que no se puede mantener ya el blanco de nuestra bandera como símbolo de una única religión que deba ser preservada por el poder político.

Hoy, particularmente después del Concilio Vaticano II, que proclamó la libertad religiosa, la Iglesia católica defiende y promueve dicha libertad como una de las más caras al hombre de nuestro tiempo10. En consecuencia, así como el proyecto de Iguala-Córdoba aprovechó y a la vez corrigió y enriqueció el programa de Dolores-Chilpancingo-Apatzingán, hoy nos corresponde aprovechar, corregir y enriquecer al primero, ratificando nuestro modo de ser republicano y federal alcanzado en 1824, y significando con el blanco de nuestra bandera, precisamente la libertad religiosa, ya que nada ni nadie puede desconocer el carácter profundamente religioso que aún define a nuestra sociedad.

También el significado original del rojo de nuestra bandera ha de ser corregido y enriquecido, mediante una unión que no signifique uniformidad, sino convivencia fraternal en la diversidad; en el respeto de nuestras diferencias y particulares modos de entender lo social, lo político y lo religioso. Es decir, hemos de defender la unidad dentro de una vida plenamente democrática y plural, donde los más altos valores del espíritu y todos los derechos fundados en la naturaleza humana sean reconocidos y eficazmente salvaguardados por el poder político y por todos y cada uno de los habitantes del Estado, así como por los fieles de todas las asociaciones religiosas.

A la vez, la ocasión que brinda el Bicentenario de nuestra Independencia debe llevarnos a la reflexión sobre las tareas colectivas pendientes, lamentablemente postergadas, no obstante 200 años de vida independiente. Si somos felizmente una nación destacada y reconocida en el ámbito internacional, que ha luchado por la democracia, no obstante su carácter reciente y sus imperfecciones, 2021 debe ser el año que señale el verdadero compromiso de los mexicanos por convertir a nuestra Nación en un país y en una sociedad ¡por fin! verdaderamente justos e igualitarios. El camino de la igualdad nació en Dolores y se ratificó en Iguala, pero ha tardado en cumplirse en una sociedad afectada sensiblemente por la desigualdad. Y qué decir de la justicia que hoy más que nunca clama al Cielo frente a los fenómenos de violencia, división, abuso del poder y corrupción visibles por desgracia en todas las capas de la sociedad mexicana incluyendo -hay que confesarlo- nuestra propia Iglesia.

Brillante oportunidad la que nos brinda esta celebración por el Bicentenario de nuestra Independencia para reafirmar la unidad -en la diversidad y la pluralidad- y el acuerdo -en democracia y libertad- como medios de resolver nuestros graves problemas de hoy y para trazar una nueva ruta donde todos nos demos nuevamente la mano, y por qué no, un nuevo abrazo, superando así nuestras diferencias.

El paso histórico que dio pie a este modo de ser libres, transitado en 1821, corregido y enriquecido, debe orientar los pasos de la Iglesia católica en los años por venir, como bien lo delineó ya el Proyecto Global de Pastoral 2031-2033, para anunciar y construir la dignidad humana, promover la paz, denunciar las injusticias, proponer modelos de organización eclesial que pongan en práctica la comunión y la sinodalidad, y asimismo reaviven el carácter misionero y evangelizador.

Que el Señor nos conceda la mirada de ternura con la cual Él mismo mira las problemáticas que afligen a nuestra sociedad: violencia, desigualdades sociales y económicas, polarización, corrupción y falta de esperanza. Una mirada de reconciliación que nos haga capaces de tejer los distintos hilos que se han debilitado o cortado en la multicolor tilma de culturas que conforma el tejido social y religioso de nuestra nación. Una mirada de fraternidad para poner en evidencia los puntos de conexión e interacción en el seno de las culturas y en la comunidad eclesial. Una mirada que facilite la comunión y la participación fraterna; una mirada que anime y guíe a todos a ser respetuosos de nuestra casa común y constructores de un mundo nuevo en colaboración con todos los hombres y mujeres de buena voluntad.

Hoy, como hace 200 años, nos seguimos encomendando a la Santísima Virgen de Guadalupe. Ella, verdadera Madre de nuestro pueblo, custodie y proteja a nuestras familias, nuestra cultura y nuestros valores más auténticos.

 

Los obispos mexicanos.                                           Septiembre 2021.

1 Cf. CONFERENCIA DEL EPISCOPADO MEXICANO, Carta Pastoral del Episcopado Mexicano Conmemorar nuestra historia desde la fe, para comprometernos hoy con nuestra Patria, ECU, México, 1 de septiembre de 2010, n. 10.

2 Ibidem, n. 7

3 Cf. «Nican Mopohua, paleografía y versión al castellano» en Miguel LEÓN-PORTILLA, Tonantzin Guadalupe, Pensamiento náhuatl y mensaje cristiano en el Nican Mopohua, Fondo de Cultura Económica, México, 2000, 103.

4 Cf. Jaime DEL ARENAL FENOCHIO, Un modo de ser libres. Independencia y Constitución en México (1816-1822), El Colegio de Michoacán, Zamora, 2002, 93-164.

5 Ibidem, 43-52

6 Manuel DE LA BÁRCENA Y ARCE, «Manifiesto al Mundo, la justicia y la necesidad de la nueva España», en Obras completas. Santander, Editorial de la Universidad de Cantabria, 2016, 209-234.

7 Cf. Timothy ANNA, El Imperio de Iturbide, México, Conaculta/ Alianza, 1991.

8 Cf. Rodrigo MORENO, La trigarancia. Fuerzas armadas en la consumación de la Independencia. Nueva España, 1820-1821. México, UNAM/Fideicomiso Felipe Teixidor y Monserrata Alfay de Teixidor, 2016.

9 Vid, «Acta de la Independencia mexicana», en Felipe TENA RAMÍREZ, Leyes fundamentales de México, 1808- 1964, México, Porrúa, 1964, 122-123. Cf. Con el «Acta solemne de la declaración de la Independencia de América Septentrional» del 6 de noviembre de 1813, en Ibidem, 31-32. Documento pleno de contenido religioso.

  1. Cf. Declaración Dignitatis Humanae, sobre la libertad religiosa, 7 de diciembre 1965,http://www.vatican.va/archive/hist_councils/ii_vatican_council/documents/vat-ii_decl_19651207_dignitatis-hu manae_sp.html. Cf. COMISIÓN TEOLÓGICA INTERNACIONAL, La libertad religiosa para el bien de todos, aproximación teológica a los desafíos contemporáneos, 21 de marzo 2019,https://www.vatican.va/roman_curia/congregations/cfaith/cti_documents/rc_cti_20190426_liberta-religiosa_sp. html.

11 Cf. Discurso del Papa Francisco en la Audiencia a la Comunidad del Pontificio Colegio Mexicano, 20 de marzo 2021, http://www.vatican.va/content/francesco/es/speeches/2021/march/documents/papa-francesco_20210329_pontif icio-collegiomessicano.html.