En la segunda Rendición, 1847 ante los EUA, faltó un Cuauhtémoc y sobraron Traidores
Por José Agapito Salazar Ibarra. (130819, D-S21).
Previa su Noche Triste y su rearme, Hernán Cortés, sus 600 compañeros peninsulares y 150,000 Tlaxcaltecas, quienes de ese modo se sacudían el yugo azteca… iniciaron su marcha para someter a Tenochtitlán, “un día después de la Pascua de Navidad del año 1520” y la culminaron el 13 de Agosto de 1521.
Así lo precisa quien sí vió y vivió, como protagonista, el nacimiento del nuevo pueblo mexicano, el historiador de la Conquista, Bernal Díaz del Castillo.
La sede del reino azteca fue convertida en la Capital mexicana. Y volvió a ser tomada 326 años después, previo minado subterráneo, moral, mental y psicológico, de su mala dirigencia, iluminada y apoyada desde el Norte, principalmente el hibrido Antonio López de Santana, cuya retirada de La Angostura, mostró lo que era.
Por eso, ante esa invasión “gringa” de 1847, faltaron suficientes jefes dignos y sobraron cobardes y traidores. El Honor Nacional fue preservado por unos muchachos: los Cadetes del Castillo de Chapultepec y soldados del casi aniquilado Batallón de San Blas, al mando del Corl. Felipe Xicoténcatl, caído allí. Era descendiente del que brilló en Tenochtitlán ante a los conquistadores.
La toma de la Gran Tenochtitlán, de la que arranca la formación de la Nación Mexicana, es fecha ignorada por los calendarios oficiales, pero persiste, pese a todo.
Es vital para nosotros, esta fecha, porque esa forja nacional es una odisea, valorada más fuera que dentro de México, y es referencia valiosa para nuestra actual generación, que carga con un hondo y peligroso vacío existencial, pues le faltan asideras, ejemplos, motivaciones grandes: es pobre en Trascendencia.
Algunos, siempre en nominas con cargo al pueblo, se desgañitan con un indigenismo impuesto por el imperialismo del dinero, a partir del parricidio mexicano: el asesinato de Agustín de Iturbide.
De ahí que el hedonismo y toda clase de desviaciones contra Natura (Sodoma y Gomorra) sean exaltadas como si fueran progreso y libertad… cuando son perversa maniobra bajo la sofismática bandera de Derechos Humanos, de esos cuya mentalidad es que” muerto el perro acaba a la rabia”: no creen en la Resurrección.
Y lo hacen, por ejemplo, desde la misma ONU, creada para evitar otras guerras y propiciar progreso y paz a la humanidad. Este organismo surgió tras la II Guerra Mundial, con cargo a 50 millones de muertos, una destrucción infernal, y los primeros atomicazos, ya sin necesidad, contra el Japón y, en él, “casualmente”?, arrasaron comunidades católicas de Nagazaki e Hirosima.
Es hora de valorar los datos no oficiales de la historia patria, para redireccionar esfuerzos comunes hacia el cumplimiento de nuestro destino nacional.