Postpandemia: algo nuevo o peor que antes, alerta el Papa

El Papa recuerda a sacerdotes su misión después del coronavirus.

 

Redacción ACI Prensa, 300520.

 

El Papa Francisco recordó a los sacerdotes que, en el mundo posterior a la pandemia de coronavirus, están llamados “a anunciar y profetizar el futuro como el centinela que anuncia la aurora que trae un nuevo día”. Ese nuevo día “o será algo nuevo o será más, mucho más y peor de lo mismo”.

En una carta que envió a los sacerdotes de la Diócesis de Roma, de la que el Santo Padre es Obispo, con motivo de la solemnidad de Pentecostés, el Papa Francisco señaló que “la nueva fase que comenzamos nos pide sabiduría, previsión y cuidado común de manera que todos los esfuerzos y sacrificios hasta ahora realizados no sean en vano”.

Lamentó que debido a la enfermedad “sufrimos la pérdida repentina de familiares, vecinos, amigos, parroquianos, confesores, referentes de nuestra fe. Pudimos mirar el rostro desconsolado de quienes no pudieron acompañar y despedirse de los suyos en sus últimas horas”.

“Vimos el sufrimiento y la impotencia de los trabajadores de la salud que, extenuados, se desgastaban en interminables jornadas de trabajo preocupados por atender tantas demandas. Todos sentimos la inseguridad y el miedo de trabajadores y voluntarios que se expusieron diariamente para que los servicios esenciales fueran mantenidos; y también para acompañar y cuidar a quienes, por su exclusión y vulnerabilidad, sufrían aún más las consecuencias de esta pandemia”.

En estos meses de pandemia “escuchamos y vimos las dificultades y aprietos del confinamiento social: la soledad y el aislamiento principalmente de los ancianos; la ansiedad, la angustia y la sensación de desprotección ante la incertidumbre laboral y habitacional; la violencia y el desgaste en las relaciones”.

  “El miedo ancestral a contaminarse volvía a golpear con fuerza. Compartimos también las angustiantes preocupaciones de familias enteras que no saben cómo enfrentarán ‘la olla’ la próxima semana. Estuvimos en contacto con nuestra propia vulnerabilidad e impotencia”.

Como consecuencia, “palpamos de forma exponencial la precariedad de nuestras vidas y compromisos apostólicos. Lo imprevisible de la situación dejó al descubierto nuestra incapacidad para convivir y confrontarnos con lo desconocido, con lo que no podemos gobernar ni controlar y, como todos, nos sentimos confundidos, asustados, desprotegidos”.

El Papa Francisco puso de relieve cómo dolía a los sacerdotes “el dolor de nuestro pueblo”, “sus incertidumbres nos golpeaban, nuestra fragilidad común nos despojaba de toda falsa complacencia idealista o espiritualista, así como de todo intento de fuga puritana. Nadie es ajeno a todo lo que sucede”.

“Nuestros modos habituales de relacionarnos, organizar, celebrar, rezar, convocar e incluso afrontar los conflictos fueron alterados y cuestionados por una presencia invisible que transformó nuestra cotidianeidad en desdicha”, destacó.

Ante esa situación, “nadie puede pensar en arreglárselas solo. Todos estamos afectados e implicados” porque “la pandemia no conoce de adjetivos ni fronteras”.

En ese contexto, los sacerdotes están llamados a contribuir a la construcción de un mundo mejor siguiendo el camino del Resucitado: “La fe nos permite una realista y creativa imaginación capaz de abandonar la lógica de la repetición, sustitución o conservación”, explicó Francisco.

  La fe “nos invita a instaurar un tiempo siempre nuevo: el tiempo del Señor. Si una presencia invisible, silenciosa, expansiva y viral nos cuestionó y trastornó, dejemos que sea esa otra Presencia discreta, respetuosa y no invasiva la que nos vuelva a llamar y nos enseñe a no tener miedo de enfrentar la realidad”.

“Si una presencia intangible fue capaz de alterar y revertir las prioridades y las aparentes e inamovibles agendas globales que tanto asfixian y devastan a nuestras comunidades y a nuestra hermana tierra, no tengamos miedo de que sea la presencia del Resucitado la que nos trace el camino, abra horizontes y nos dé el coraje para vivir este momento histórico y singular”.

Para ello, “dejemos que nos sorprenda una vez más el Resucitado”, “que sea Él quien nos enseñe a acompañar, cuidar y vendar las heridas de nuestro pueblo”.

“Que sean las manos llagadas del Resucitado las que consuelen nuestras tristezas, pongan de pie nuestra esperanza y nos impulsen a buscar el Reino de Dios más allá de nuestros refugios convencionales”.

“La Resurrección es el anuncio de que las cosas pueden cambiar”, afirmó. “Dejemos que sea la Pascua, que no conoce fronteras, la que nos lleve creativamente a esos lugares donde la esperanza y la vida están en lucha, donde el sufrimiento y el dolor se vuelven espacio propicio para la corrupción y la especulación, donde la agresión y la violencia parecen ser la única salida”.

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