XCIV Aniversario de Anacleto González Flores
Anacleto González Flores, líder católico, ya beatificado, y Patrono de más de 75 millones de Laicos mexicanos, fue uno de los jefes cristianos martirizados durante la persecución religiosa de 1926-29 con un repunte más dramático (1934-36) y que entró luego a su fase más astuta, cuyos efectos sufre hoy la Nación, agravados por la crisis humana mundial.
SEGUNDA Y ULTIMA PARTE
Por la noche entregaron los cadáveres a los familiares. La madre y hermanas de los Vargas fueron puestas en libertad, y al ver aquélla a su hijo Florentino junto a los despojos de Jorge y Ramón, exclamó:
–¡Ah querido hijo!, qué cerca has estado de la corona del martirio. Tal vez necesitas ser aún mejor para merecerla”.
Miles de personas de todas condiciones sociales desfilaron ante los cadáveres. Anacleto parecía sonreir. Tenía los ojos abiertos y ninguna contracción desfiguraba su rostro, lo cual causaba la admiración de todos los que lo veían, y tocaban a su cuerpo crucifijos, medallas, rosarios, flores y una infinidad de objetos.
Cuando fue llevado a su casa la sangre fluía aún y con ella empaparon numerosos lienzos; después los cortaron en pequeños trozos, que conservan como reliquias incontables personas.
El sábado a las tres de la tarde fue el entierro. Formaba el cortejo una inmensa multitud encabezada por obreros, que llevaban ofrendas florales cruciformes.
En el cementerio dos jóvenes y un obreros tomaron la palabra para hacer el elogio de Anacleto González Flores y su obra, poniendo en su oratoria el fuego del que clama justicia y el sentimiento del amigo que sufre el dolor de una gran pérdida y la indignación del crimen,
Aquello no parecía un entierro, sino un día de triunfo. La multitud entusiasmada prorrumpía en gritos o coreaba los que otros lanzaban. Los ¡Viva Cristo Rey! y ¡Viva la Virgen de Guadalupe!, se repetía incesantemente.
Los dos jóvenes que hablaron en el cementerio lo pagaron con sus vidas, pues fueron seguidos por agentes secretos, aprendidos y fusilados. Solo el obrero logró escabullirse entre la multitud.
EL VOTO DE LOS MUERTOS
Después de tan sangrientos sucesos cobró mayor fuerza un artículo del Maestro Cleto que él tituló EL PLEBISCITO DE LOS MARTIRES, el cual en su parte medular dice:
“…Es necesario querer y saber escribir con sangre y dejar que sobre la propia carne, magullada, sangrante, quede el propio pensamiento fijo para siempre con las torceduras del potro, con la zarpa de los leones o la punta de la espada de los verdugos. Y porque lo que se escribe con sangre, según la frase de Nietzche, queda escrito para siempre, el voto de los mártires no perecerá jamás…
El mártir, al acabar de teñir con su sangre la mano del verdugo ha dejado una señal y por encima de todos los olvidos queda escrito su voto.
En la democracia y en los comicios, donde se vota con papeles y números, sobra la tergiversación. El fraude, el soborno y la mentira podrán conjugarse para engañar y arrojar cómputos falsos para encumbrar nulidades salidas de los estercoleros. Y la democracia vendrá a ser lo que ha sido entre nosotros: un infame escamoteo de números y de violencias donde se carga de escupitajos y de ignominia al pueblo.
No sucederá esto con la democracia de los mártires… Hoy no votaremos con hojas de papel marcadas con el sello de una oficina municipal: hoy votaremos con vidas. Debemos regocijarnos de que la revolución se empeñe en llegar hasta el estrangulamiento de la vida de las conciencias. Así se echa a su pesar en la corriente de una democracia en que los juegos de escamoteo y de prestidigitación electoral quedarán excluidos inevitablemente. Hoy votaremos con vidas porque aunque no habrá millones de mártires, pocos o muchos, los habrá”.
No todos los mártires destacan tanto como Anacleto González Flores, pero la masa anónima de ellos es de una fuerza y un valor incalculables. Mueren por centenares para dar testimonio de su fe, defendiendo sus derechos de hombres libres, de cristianos cabales. El callismo los mandó matar porque creyó acabaría junto con ellos el espíritu indomable del católico mexicano, pero se equivocó de extremo a extremo; entonces recurrió nuevamente a la calumnia presentando a sus víctimas como malhechores a quienes se imponía sacrificar”. (Extracto).