Por José Agapito Salazar Ibarra. D-S21.
Anacleto González Flores, líder católico, ya beatificado, y Patrono de más de 75 millones de Laicos mexicanos, fue uno de los jefes cristianos martirizados durante la persecución religiosa de 1926-29 con un repunte más dramático (1934-36) y que entró luego a su fase más astuta, cuyos efectos sufre hoy la Nación, agravados por la crisis humana mundial.
PRIMERA DE DOS PARTES
El Maestro Cleto, como era más conocido, fue sorprendido a las 4 de la mañana del primero de abril de 1926, cuando descansaba en la casa de la señora Elvira G. de Vargas y sus hijos Ramón, Jorge y Florentino, que lo albergaban, en Guadalajara, Jal., relata Luis Rivero del Val, en su libro “Entre las Patas de los Caballos”, con sus memorias de la guerra cristera.
A los 5 aludidos, mas 2 hijas pequeñas de la señora Vargas, los llevan al Cuartel Colorado de la capital tapatía, donde ya estaban la madre y dos hermanas de Luis Padilla Gómez, Presidente de la ACJM jalisciense, y otros dirigentes católicos. El más chico de los hermanos Vargas, Florentino, fue quien testimonió el final físico de González Flores, avalado de hecho por los demás presenciales.
Al llegar los aludidos al cuartel, “Encontraron al general Ferreira en estado de gran excitación, pues amonestado por su incapacidad para pacificar el Estado, quería víctimas que ofrecer a sus superiores para señalarlas como responsables del levantamiento de los cristeros”.
“Sin darles algo de comer los tuvieron amarrados hasta las dos de la tarde, hora en que iniciaron su martirio”, apuntó el autor.
Y vino el intento, en todas formas, de hacerlo confesar algo de lo mucho que necesitaban saber, pero…
“Viendo que nada podían obtener de él, pues justamente se negó a traicionar al señor Arzobispo y a sus compañeros de la Unión Popular, recurrieron a la tortura física. Lo desnudaron, lo suspendieron de los dedos pulgares y lo flagelaron. Como insistiera en su negativa le cortaron los pies y el cuerpo con hojas de rasurar. Exclamó él entonces:
Una sola cosa diré y es que he trabajado con todo desinterés por defender la causa de Jesucristo y de su Iglesia. Ustedes me matarán, pero sepan que conmigo no morirá la causa. Muchos están detrás de mi dispuestos a defenderla hasta el martirio. Me voy, pero con la seguridad de que veré pronto, desde el Cielo, el triunfo de la Religión y de mi Patria.
Después, dejándolo así colgado, atormentaron frente él a los hermanos Vargas González. Anacleto exclamó:
-¡ no se ensañen con niños; si quieren sangre de hombres aquí estoy yo!.
Y dirigiéndose a Luis Padilla, que pedía Confesión, le dijo:
-No, hermano, ya no es tiempo de confesarse, sino de pedir perdón y perdonar. Es un Padre, no un Juez, el que nos espera. Tu misma sangre te purificará,
Obedeciendo órdenes del general Ferreira, un soldado atravesó el costado izquierdo de Anacleto con su bayoneta, y como perdiera mucha sangre, el general ordenó el cuadro de ejecución.
Anacleto habló a los soldados en tales términos que éstos se negaron a disparar y hubieron de substituirlos por otro pelotón; entonces el Maestro gritó con el resto de sus desfallecientes fuerzas:
-”¡Yo muero, pero Dios no muere! ¡Viva Cristo Rey!”.
Una descarga cerrada de catorce balas ahogó sus últimas palabras.
En seguida fusilaron a Luis Padilla Gómez y a los dos hermanos Vargas. A Florentino lo perdonaron en vista de corta edad, y fue él quien dio los detalles del martirio y ejecución de los mártires del Cuartel Colorado. (Continuará).