Fanatismo Anticatólico causó la Cristiada

Así expresaba el general cristero Gorostieta su “fe ciega en Dios” en cartas a su esposa.

 

Redacción ACI Prensa, 140719.

 

María Teresa Pérez Gorostieta, nieta del general cristero Enrique Gorostieta, principal líder del bando cristero durante la guerra contra el gobierno laicista y anticlerical en México a inicios del siglo XX, reveló que su abuelo expresaba su “fe ciega en Dios” en las cartas dirigidas a su esposa.

Así lo reveló en entrevista con Pastoral Siglo XXI, periódico de la Arquidiócesis de Monterrey. Pérez Gorostieta señaló que su abuela y viuda del general cristero, Gertrudis Lasaga Sepúlveda, falleció en 1984 “y dejó las cartas envueltas en un chal a mi mamá. Un día de 1985, ella lo tomó y sintió algo como papeles, fue cuando los nietos las leímos”.

Durante muchos años se pensó que el general Gorostieta era masón y agnóstico, y así fue plasmado por el historiador franco-mexicano Jean Meyer, autor del libro La Cristiada. Recientemente, Meyer admitió su error en un artículo publicado por el diario El Universal.


Enrique Gorostieta y su esposa, Gertrudis. Crédito: Pastoral Siglo XXI.

En los fragmentos de las cartas publicados por Pastoral Siglo XXI se puede leer mensajes del general cristero a su esposa expresándole que “tengo una fe ciega en Dios y espero que bien y creo a la vez en ti y estoy seguro que no olvidarás todas mis instrucciones y te cuidarás y cuidarás a los pajaritos hasta que pronto pueda yo ir a relevarte de tanto trabajo y tanta pena. Yo no he tenido novedad y he estado tan bien que ni un dolor de cabeza he sufrido. Solo atribulado por la ausencia de Uds. y rogando a Dios me dé fuerzas para esta última prueba”.

  En otra misiva, Gorostieta le escribe a Gertrudis: “así pues, mi esposa idolatrada, con la práctica de estos factores que a nuestro alcance están: tolerancia, confianza, sacrificio, conformidad, respeto y amor de los hijos, sobre la inconmovible base del profundo amor que Dios nos dio al uno para el otro, hemos logrado lo que tenemos”.

En otro fragmento, le alienta a su esposa a que “mientras dure esta insurrección no pierdas la fe, consérvate tranquila que de eso depende mi éxito. Reza, no se te olviden mis recomendaciones”.

Las tensiones entre Iglesia y Estado que detonaron la Guerra Cristera se remontan a mediados del siglo XIX, cuando el gobierno de Benito Juárez, con las Leyes de Reforma, retiró propiedades a la Iglesia Católica en México.

El conflicto se agravaría con la Constitución de 1917, que desconocía una serie de derechos de la Iglesia, como su personalidad jurídica, restringía el culto público y limitaba el número de sacerdotes, entre otras medidas. Cuando Plutarco Elías Calles llega al poder, promulga la Ley de tolerancia de cultos, conocida como “Ley Calles”, para hacer efectivos los artículos constitucionales contra la Iglesia.

Así, los sacerdotes estaban prohibidos incluso de vestir traje talar en las calles y se suprimieron las congregaciones religiosas, así como la enseñanza de religión en las escuelas.

La intransigencia de Calles llevó a que la Iglesia determinara suspender el culto en los templos el 31 de julio de 1926. Este sería el factor determinante para que en diversas ciudades del país, de forma espontánea y sin una organización central, pobladores se levantaran en armas contra el gobierno mexicano.

La Guerra Cristera concluyó oficialmente el 21 de junio de 1929, con la firma de acuerdos entre el Arzobispo mexicano Leopoldo Ruiz y Flores, como delegado apostólico del Papa Pío XI, y el entonces presidente del país, Emilio Portes Gil.

  Sin embargo, desconociendo los acuerdos, las autoridades continuaron persiguiendo y asesinando a oficiales y soldados cristeros durante los años siguientes.

No sería hasta 1992 que se reformaría la Constitución de México, permitiéndole a la Iglesia tener personalidad jurídica.

La nieta del general cristero señaló que “de adolescente me dolía (que se pensara que era ateo) porque vivía mi abuela y ella sufría con eso”.

“Cuando estudié leyes me importó menos, porque me enorgullecía que hubiera defendido el derecho a la libertad y, aunque dijeran que no era creyente, como quiera se reconocía el mérito”, recordó.

Sin embargo, añadió, “cuando me acerqué más a la Iglesia fue justo en el tiempo que leí las cartas y eso, bueno, para mí fue explosivo porque no solo era mérito civil de hombre, de honor, sino mérito ante Dios como hombre espiritual y su familia teníamos sangre de mártir, ¡así que imagínate!”.