¿VERDAD O RELATIVISMO?
VER
Hace poco más de dos años, el CONAPRED (Consejo Nacional para Prevenir la Discriminación) presentó una demanda ante la Secretaría de Gobernación contra 26 obispos del país, cuando se discutía la propuesta presidencial de considerar matrimonio a la unión esponsal de personas del mismo sexo, dizque porque habíamos promovido homofobia y discriminación contra homosexuales y lesbianas, y porque alentábamos odio y violencia contra quienes tienen esa tendencia. Un equipo de abogados nos ayudó a defender nuestro derecho a difundir la verdad de nuestra fe, con lo cual no promovíamos la materia del juicio, y todo se resolvió favorablemente para nosotros, conforme a la ley.
A pesar de esta resolución, con frecuencia grupos de esa línea nos amenazan con demandarnos en juicio, coartando nuestra libertad religiosa, amparada, aunque todavía parcialmente, por la Ley de Asociaciones Religiosas y Culto Público, que en su artículo 2º. establece: El Estado Mexicano garantiza a favor del individuo los siguientes derechos y libertades en materia religiosa: c) No ser objeto de discriminación, coacción u hostilidad por causa de sus creencias religiosas. e) No ser objeto de ninguna inquisición judicial o administrativa por la manifestación de ideas religiosas. Más adelante, el artículo 9º. dice: Las Asociaciones Religiosas tendrán derecho, en los términos de esta ley y su reglamento, a: III. Propagar su doctrina, siempre que no se contravengan las normas y previsiones de éste y demás ordenamientos aplicables.
Amparados por esta ley civil, nosotros tenemos todo el derecho de difundir la verdad que proclama nuestra fe, en particular sobre el derecho a la vida desde la concepción hasta su término natural, sobre lo que es realmente un matrimonio, la unión de por vida y por amor entre un hombre y una mujer, sobre la naturaleza de la persona humana, con dos únicos géneros: masculino y femenino. No podemos aprobar el relativismo imperante, en que no hay normas ni criterios básicos en base a la naturaleza humana y a la ley natural. Sin embargo, la Palabra de Dios nos obliga a ser respetuosos de todas las personas y no discriminarlas por sus tendencias. No pretendemos imponer nuestra fe, sino ser libres para presentarla.
PENSAR
Jesucristo, cimiento del catolicismo, nos ordenó ir por todas partes y predicar su Evangelio. Este es un mandato que debemos tomar en cuenta en todas las circunstancias, aunque esto nos genere persecución, cárcel y martirio.
Y esta fe nos dice que Dios creó al ser humano sólo con dos géneros: hombre y mujer. Es el plan del Creador y nosotros, simples creaturas, no lo podemos modificar. Si algunos defienden que hay más géneros, están en su derecho de afirmarlo y los respetamos, pero nosotros también tenemos derecho y obligación de expresar públicamente lo que creemos.
En la Biblia, están estas afirmaciones de San Pablo, que nosotros asumimos: “La ira de Dios se revela desde el cielo contra toda impiedad e injusticia de los hombres que buscan eliminar la verdad por medio de la injusticia… No tienen excusa alguna, porque, habiendo conocido a Dios, no lo glorificaron como Dios ni le dieron gracias; al contrario, se envanecieron en sus razonamientos y terminaron por oscurecer su insensato corazón. Se jactaban de ser sabios y resultaron ser necios… Por eso, conforme a los deseos desordenados de sus corazones, Dios los entregó a una impureza tal que entre ellos deshonraron sus propios cuerpos… Dios los entregó a pasiones vergonzosas, pues las mujeres cambiaron las relaciones naturales del sexo por otras contra la naturaleza, y de igual manera los varones, dejando de lado las relaciones naturales con la mujer e incitándose en el deseo de unos por otros, realizaron acciones vergonzosas entre ellos, por lo que recibieron en sí mismos el pago merecido por sus extravíos. Y como no quisieron reconocer a Dios, él los entregó a su mente depravada, para que hicieran lo que no conviene. Están repletos de toda clase de injusticia, perversidad, avaricia, maldad; colmados de envidia, asesinatos, peleas, engaños, malicia, difamación, calumnias; son enemigos de Dios, insolentes, altaneros, arrogantes, ingeniosos para el mal, rebeldes a sus padres, insensatos, desleales, insensibles y despiadados. Ellos saben que, según lo dispuesto por Dios, quienes practican estas cosas merecen la muerte y, sin embargo, no solo las hacen, sino que incluso aprueban a quienes las practican” (Carta a los Romanos 1,18-32).
Al respecto, el Catecismo de la Iglesia Católica enseña
“La homosexualidad designa las relaciones entre hombres o mujeres que experimentan una atracción sexual, exclusiva o predominante, hacia personas del mismo sexo. Reviste formas muy variadas a través de los siglos y las culturas. Su origen psíquico permanece en gran medida inexplicado. Apoyándose en la Sagrada Escritura que los presenta como depravaciones graves (Cf. Gn 19, 1-29; Rm 1, 24-27; 1 Co 6, 10; 1 Tm 1, 10), la Tradición ha declarado siempre que los actos homosexuales son intrínsecamente desordenados. Son contrarios a la ley natural. Cierran el acto sexual al don de la vida. No proceden de una verdadera complementariedad afectiva y sexual. No pueden recibir aprobación en ningún caso” (2357).
“Un número apreciable de hombres y mujeres presentan tendencias homosexuales instintivas. No eligen su condición homosexual; ésta constituye para la mayoría de ellos una auténtica prueba. Deben ser acogidos con respeto, compasión y delicadeza. Se evitará, respecto a ellos, todo signo de discriminación injusta. Estas personas están llamadas a realizar la voluntad de Dios en su vida, y, si son cristianas, a unir al sacrificio de la cruz del Señor las dificultades que pueden encontrar a causa de su condición” (2358).
“Las personas homosexuales están llamadas a la castidad. Mediante virtudes de dominio de sí mismo que eduquen la libertad interior, y a veces mediante el apoyo de una amistad desinteresada, de la oración y la gracia sacramental, pueden y deben acercarse gradual y resueltamente a la perfección cristiana” (2359).
ACTUAR
Seamos respetuosos con quienes piensan y viven de una manera diferente o contraria al Evangelio, a la Biblia, a nuestra fe, a su naturaleza, pero no dejemos de anunciar libremente lo que creemos.
+ Felipe Arizmendi Esquivel
Obispo Emérito de SCLC